Carlos Figueroa Ibarra

En tanto que la economía es algo vinculado a las relaciones de poder (es decir es economía política), lo que se entiende por desarrollo y lo que se impulsa como tal está determinado por quiénes son los que mandan a nivel mundial o en un determinado país. En tanto que la “Revolución Ciudadana” cambió las correlaciones de fuerzas entre los distintos actores que se disputan el poder en el Estado, hoy en Ecuador se está entendiendo por desarrollo no solamente el crecimiento económico sino la disminución de la pobreza y la desigualdad. Esto es alcanzar el “buen vivir” que para Correa es ajeno al “infantilismo primitivista” que lo concibe como premodernidad y a la miseria indígena como folclore. Y en esta parte de su discurso el Presidente entró de lleno en lo que es uno de los debates sustanciales en su país y en América Latina. No se trata de quedarse en la premodernidad, sino de llegar a la modernidad cambiando la matriz productiva que saque a la periferia capitalista del rol de productor de bienes ambientales dependiente de los conocimientos científico-tecnológicos. Se trata de salir del neodependentismo y el neocolonialismo y de una injusta división internacional del trabajo. Invirtiendo en tecnología, ciencia y talento humano superaremos el extractivismo pero debe usarse el extractivismo para salir de él. Para Correa es absurdo no aprovechar nuestros recursos, debemos ser conscientes de nuestras limitaciones para cambiar un injusto orden mundial, pero tampoco podemos aceptar pasivamente la nueva división de trabajo internacional.

He aquí la idea del desarrollo de Rafael Correa, que tiene en su antiguo colaborador Alberto Acosta, su principal crítico. En lo que podemos estar de acuerdo, es que si el extractivismo es un instrumento para lograr el desarrollo, no puede envenenar las aguas, destruir los bosques, despojar a campesinos e indígenas e imponerse a sangre y fuego. Como lo está haciendo en Guatemala, en México y en muchos otros países. La idea misma de desarrollo está en discusión y la idea del “buen vivir” cuestiona los patrones occidentales y capitalistas de la calidad de vida.
He aquí el dilema del rumbo de Latinoamérica.

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