De acuerdo a unos experimentos sociales realizados por Harold Garfinkel (1963), “…Nos sentimos más cómodos cuando las convenciones tácitas del habla intrascendente se respetan; cuando se vulneran, nos sentimos amenazados, confundidos e inseguros”. Es decir, es más cómodo no hablar del elefante que hay en la habitación, desviar la atención, no hacernos responsables, no enfrentar el hecho de que algo sucede.
Otro elemento importante de los experimentos de Garfinkel, es que “…la estabilidad y el significado de nuestra vida social cotidiana dependen del hecho de que compartimos presupuestos culturales implícitos…” Por ejemplo, los “gurús” de todos los tipos, se encargan en época electoral, de recordarnos que somos un país -conservador-, sin embargo, los 5.7 millones de jóvenes entre 13 y 27 años, prefieren quedarse callados para no romper con los convencionalismos, y que los verdaderos conservadores los dejen en paz.
¿Cuántas veces hemos visto suceder frente a nuestros ojos, actos de injusticia, abuso (especialmente de poder), corrupción, abierto desapego al bien común y la paz social, y nos hemos quedado callados, sin hacer absolutamente nada? Culturalmente nos enseñaron a no meternos “en problemas” a “callar”, porque a nuestros padres y madres, abuelos y abuelas, a su vez, les enseñaron a obedecer en silencio.
Ese círculo vicioso y mentiroso debe ser roto, y decir lo que pensamos al patrón, al político, al funcionario, si son inteligentes, avanzarán con nosotros, si no, hay que dejarlos atrás y descubrirnos como país y como sociedad. Y el afán no es ser díscolos porque sí, sino desobedecer aquello que nos hunde y nos lastra la vida, generación tras generación. Somos un país rico pero desigual, hay que decirlo y trabajar para cerrar las brechas. Tenemos una clase política corrupta y podrida, hay que decirlo y cambiar esa realidad en las urnas. Somos una sociedad atrasada y embrutecida por el sistema, hay que decirlo e invertir mucho en educación, bienestar y progreso.
La lucha por la transformación del país será una realidad cuando las nuevas generaciones y otra clase política, logren arrebatar el poder a la rancia gerontocracia de cualquier color. Actualmente, tirios y troyanos tenemos a Guatemala como el país más pobre de Latinoamérica, con el 59.3% de población por debajo de la línea de pobreza. También seguimos siendo uno de los países más violentos, con una tasa superior a 10 homicidios por cada 100 mil habitantes. Y si lo anterior le parece poco, Guatemala tiene la tasa de desnutrición crónica más alta de toda América Latina, y una de las más elevadas del mundo.
Hay que dejarnos de convencionalismos cobardes y decir las cosas como son, el país debe cambiar, el país tiene con qué hacerlo, las y los guatemaltecos debemos tomar con responsabilidad las riendas de nuestro presente y futuro. Y que nadie se asuste, no hablo de volvernos comunistas, sino de volvernos responsables, productivos, competitivos y justos. El poder y la cultura nos deben servir para progresar, no para sentir miedo a una gerontocracia de colores.
Guatemala cambiará cuando cambiemos nosotros, en la empresa, en las instituciones, en los sindicatos, en la intelectualidad, en las élites, en las iglesias, en los espacios de socialización y en todo espacio donde se genere y se reproduzca la cultura. ¿Usted qué piensa, seguimos igual o sembramos y cosechamos lo que merecemos?