Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Hace varios meses, cuando supe que el Papa Francisco viajaría a Estados Unidos, decidimos con mi esposa que nosotros estaríamos en Washington para poder ver a un Pontífice por el que sentimos profunda admiración y respeto. Tuvimos la suerte de que el congresista del distrito de Florida que representa al condado de Collier puso a disposición de los residentes varios tickets para estar el jueves en un área especial fuera del Capitolio donde se podrá ver a ese extraordinario pastor que ha venido a conmover no sólo a los católicos sino al mundo entero con su sencillez y claridad de conceptos.

Hace muchos años, en la década de los años 70, tuve la suerte de asistir a la Asamblea General de Naciones Unidas a la que llegó Juan Pablo II a pronunciar su discurso que marcó el inicio de ese pontificado tan importante en términos de la geopolítica por la intensa relación que desarrolló con Ronald Reagan. Era el inicio de esa era de intensos viajes que marcó el papado de Juan Pablo II a quien luego pudimos ver en Guatemala. Por cierto en la misma Asamblea coincidimos como delegados con el actual Presidente de Guatemala, Alejandro Maldonado Aguirre, quien por entonces no había dado el mal paso que ahora lo tiene en complicada situación.

El carisma de Juan Pablo II es proverbial y todo el mundo lo reconoció en su tiempo, Su papado fue, sin duda alguna, el primero que mereció la consideración de ser un pontificado global porque él mismo se encargó de transportarse a todos los rincones del mundo para estar en contacto con la gente. Conservo especiales recuerdos de sus visitas a Guatemala porque gracias a la cercanía de mi suegro con el Cardenal Casariego tuvimos la suerte de asistir a una audiencia muy especial en el Palacio Arzobispal, donde el quinto de mis hijos se acercó al Papa para entregarle una nota. En otros viajes fueron María Mercedes, mi esposa, y Pedro, mi hijo menor, quienes tuvieron la dicha de saludar a Juan Pablo II, y mi suegro siempre fue designado por la Nunciatura como el médico a cargo de su salud.

Pero tengo que decir que desde la figura de Juan XXIII no sentía yo ese tipo de impresión por la figura de un jefe espiritual de nuestra Iglesia Católica. Hay muchísimas cosas que encuentro en común entre Juan XXIII y Francisco, especialmente esa actitud suya de romper con fuertes tradiciones del catolicismo que de alguna manera significaban la lejanía entre los fieles y el sentido mismo de la vida cristiana más allá de los golpes de pecho y de los actos de devoción pública. Son dos Papas llenos de humildad, de sencillez para entender no sólo a los fieles sino el curso de los tiempos y así como Juan XXIII convocó al Concilio Vaticano II que marcó un hito en la historia de la Iglesia, ahora veo en Francisco una fuerza, un carisma y una determinación que está marcando un nuevo rumbo en la conducción de nuestro catolicismo.

Y en estos dos días recorreré las calles de Washington buscando el momento en que pueda verlo, mismos que aprovecharé para pedir mucho por mi país y mi familia.

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