Los recibimientos que en el interior del país le dan a Bernardo Arévalo y al Movimiento Semilla empiezan a darnos una idea de lo que será el resultado de la segunda vuelta electoral el próximo 20 de agosto. Eso sí, si le permiten participar.
Las fuerzas que intentan impedir su participación harán lo imposible para que el inesperado e incómodo Arévalo no llegue al balotaje con Sandra Torres, de quien aseguran que el antivoto volverá a arrebatarle el triunfo –independientemente de quién sea su contraparte–. Es por ello que, a como dé lugar, colar al candidato del oficialismo se convierte en “el plan” después de los inesperados resultados de la primera vuelta –donde los votos nulos y en blanco se declararon los grandes ganadores–. El hartazgo de la población se volcó por lo más alejado posible del sistema actual a través del voto de protesta: eligiendo a ninguno o votando por la opción más fresca y esperanzadora que resultó siendo el Movimiento Semilla. La inversión del oficialismo en las corporaciones municipales y diputaciones no fue suficiente para llevar en hombros a Manuel Conde, una de las opciones que, según ellos, llegaría a la segunda vuelta con Torres, perpetuando así por cuatro años más el sistema corrupto.
Si nada cambia antes del 20 de agosto, Bernardo Arévalo será el próximo presidente de Guatemala. Escenario que promete fisurar el sistema imperante y empezar a cobrar la factura a los responsables de permitir la cooptación total del Estado. Lo que nos espera en las próximas semanas no tiene precedentes, pues los operadores del sistema y sus patrones se irán con todo para mantener intacto el statu quo.
El fallido fraude electoral se empezó fraguar mucho antes de la primera vuelta. Varios candidatos incómodos y con la promesa de rebasar a los punteros fueron imposibilitados de participar; allanando el camino a los y a las cercanas al oficialismo, a los arquitectos del sistema que nos gobierna y a los responsables de que el Estado de Guatemala opere de la manera que opera. Bernardo Arévalo era una imposibilidad y no cabía en el imaginario de ninguno –ni siquiera en el de los mismos integrantes del Movimiento Semilla– que fuese él quien disputaría la más alta magistratura del Estado con Sandra. Él se coló a la segunda vuelta con menos del 16 % de los votos. Una minoría, sin duda, pero en una carrera de enanos, aunado al impacto del voto nulo y en blanco, fue suficiente para llegar en segundo lugar. Acá no hubo fraude, sino una pésima apreciación del verdadero sentir de la población y una pobre selección de candidatos que representan la continuidad de un sistema insostenible. En un cartón de impresentables y con una fuerte campaña a favor del voto nulo, una minoría pensante le dio vida a la pequeña esperanza que el 20 de agosto tiene todas las de ganar.
La guerra declarada en contra de Arévalo le exalta y le separa más aún del sistema actual. Mientras más lo ataquen, más crecerá. Ese mísero 16 % crecerá exponencialmente con el pasar de los días; quienes no le conocían ahora lo conocerán como el enemigo de sistema y de los políticos corruptos que lo protagonizan. El viernes pasado las calles de Quetzaltenango fueron el escenario de una verdadera fiesta cívica. No había acarreados, no se repartía almuerzos a los participantes; ni siquiera predominada un color o una bandera partidaria. Quienes allí se concentraron querían ver a este hombre y su movimiento político que promete cambiar la condición existente; a los valientes que están dispuestos a luchar contra el sistema y a sumarse al hartazgo generalizado de la población. La guerra en su contra no solo lo puso en la mente y en la boca de millones de personas, sino lo convierte en una figura mítica que se nutre del legado de su padre el expresidente Juan José Arévalo Bermejo. Para quienes vivieron esa época, la recuerdan como una primavera de grandes logros para el país y comparten ahora con las nuevas, inquietas y desesperadas generaciones esa historia. La victoria de Arévalo es imparable y por ello, la realidad superará una vez más a la ficción al ver las medidas desesperadas de quienes defienden el sistema corrupto. Sin embargo, se quedarán solos en el intento, pues, las diferentes fuerzas que pueden inclinar la balanza se verán forzadas a ponerse del lado correcto de la historia para salvar nuestra entelerida y agonizante república. No necesariamente a favor de Arévalo y Semilla, pero sí en favor de la democracia. Al hartazgo de la población ya se suman públicamente las cámaras empresariales, los tanques de pensamiento, los colectivos sociales, el gobierno de Estados Unidos y otros socios comerciales y hasta el arzobispado. La línea divisoria ya está trazada y depende de cada uno elegir de qué lado quiere estar: a favor de los que rescatamos al país defendiendo que haya elecciones libres y que se respete la voluntad del pueblo, o del lado de aquellos que por fin lo enterrarán.