Carlos López
La más humilde semilla rompe la piedra más fuerte.
Luis de Lión
El lunes 26 de junio de 2023 se dio la gran campanada en Guatemala; a las 2 de la madrugada, cuando ya se podía notar una tendencia entre quiénes serían los dos punteros de las elecciones generales del domingo 25, se prendió la chispa de la esperanza. A esa hora ya se sabía que los ganadores fueron el abstencionismo (3’692,521), el voto nulo (966,386), el voto en blanco (388,442) (que da un total de 5’047,349 contra 9’372,164 empadronados para votar), signo del desencanto del pueblo y su toma de postura ante el circo electoral que arma el sistema cada cuatro años para buscar una legalidad que nunca conseguirán en tanto no tengan la legitimidad del pueblo.
El primer sorprendido ante los resultados en las urnas fue Bernardo Arévalo, fundador en 2015 del Movimiento Semilla, quien enarbola la lucha contra la corrupción, la limpieza del podrido Poder Judicial, la reactivación de la economía con apoyo a la pequeña y mediana empresas, con la construcción de infraestructura, la recuperación de la soberanía política, social, cultural. Con propuestas realistas, no con invenciones surrealistas, Arévalo permeó la apatía y la incredulidad de alrededor de 660,000 personas que votaron hartas de los gobiernos oligarcas ineptos, ladrones, corruptos, y con la esperanza de que se respetara su voto, para generar un cambio en el país.
El pueblo de Guatemala por fin despertó del letargo y optó por luchar dentro del juego de las minorías, a sabiendas de los sucios métodos del mafioso gobierno narcocleptoteocrático que, con argucias legaloides, se negó a reconocer los resultados de las elecciones y apostó por la manipulación de las encuestas, por la infocracia de los medios de desinformación, por la compra descarada de votos, la amenaza, la cooptación de intelectuales y ni así pudo imponer a su candidato tapadera. En un último afán por descarrilar el proceso electoral, la Corte de Constitucionalidad ordenó al Tribunal Supremo Electoral suspender la calificación y oficialización de los resultados, pero el Departamento de Estado de los Estados Unidos de América, la Unión Europea y la nefasta y tragicómica Organización de Estados Americanos, entre otros, ordenaron que se respetaran los comicios y el sistema, dócil, acató la orden, aunque la revirtió la Corte Suprema de Justicia, lo que tuvo en vilo la voluntad popular y puso en la escena circense una nueva, descabellada alegoría legaloide.
La desesperación de la oligarquía es esquizofrénica, de Halloween. En la loca cabeza de la oligarquía (no se puede decir que en su maquiavelismo, pues no han leído a quien dio origen a este epónimo), en su fantasía, lo que pretendían era sacar de la segunda vuelta a Arévalo, el candidato más fuerte, para subir a Manuel Conde, el candidato oficial que les garantizaba impunidad en sus fechorías. Así la disputa final sería entre la ultraderecha y la derecha, entre lobos de la misma loma.
Pero nadie se imaginó que una organización de reciente origen, con propuestas innovadoras y con más ganas que recursos económicos, consiguiera lo que no logró cualquier otro partido político guatemalteco de tendencia democrática, progresista y con compromiso social. Según las manipuladas encuestas previas a las elecciones, Arévalo estaba entre los últimos lugares en la tendencia del voto.
Ahora se impone como tarea urgente aglutinar a la población en un objetivo común, convertir el voto en un arma poderosa para enfrentar tanta ignominia, para castigar a la oligarquía con sus propias reglas dentro de su juego electoral. No hay lugar para la mezquindad. Es hora de anteponer cualquier interés particular o de facción en aras del interés nacional. Es necesaria la unidad donde quepan todas las diferencias. Es hora de estar del lado correcto de la historia, del lado del pueblo, como siempre, porque con el pueblo todo, nada a espaldas del pueblo; de frente, sin retórica vacua, con la verdad, con el corazón, con amor y pasión se puede empezar a cambiar al país.
Somos más los que amamos a Guatemala; hay que demostrarlo en la resistencia, en la protesta, en la actuación consecuente, como lo anuncian los 48 cantones de Totonicapán, símbolo de dignidad y claridad de miras, defensores del precario estado de derecho, la democracia y la voluntad popular.
En estos momentos nadie puede ser neutral, no hay lugar para la tibieza. Vayamos con la primavera a flor de labios el domingo 20 de agosto a votar con esperanza, con la convicción de que es posible el renacimiento de la patria.