Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Los malos augurios que teníamos sobre las elecciones del pasado domingo no sucedieron. No se produjo un fraude ese día, como muchos temían. El ausentismo no fue, relativamente, exagerado, votaron el 60% de los empadronados. El voto nulo superó al primer lugar y, si se le suma el voto en blanco, la cantidad de ciudadanos que escogieron manifestar de esa manera su hartazgo con el sistema político es sorprendente, expresa un sustancial debilitamiento de la legitimidad del sistema electoral.

Se confirmó, que Sandra Torres llegaría a una segunda vuelta.

Pero sucedió lo que nadie planteó: el paso del candidato de Semilla, Bernardo Arévalo, al balotaje y la cantidad de diputados obtenidos por ese partido. De igual manera, fracasaron las opciones que se preveía serían las fuertes para competir contra Sandra Torres en el balotaje: Edmond Mulet y Zury Ríos.

Al respecto haré las siguientes reflexiones.

Triunfó el antisistema. Los votos nulos, en blanco y los emitidos a favor de Semilla evidencian este extremo. Sin embargo, podemos hacer una interpretación positiva. La posición antisistema se expresó dentro del sistema, lo cual permite pensar en la posibilidad y necesidad de su relegitimación. Pero relegitimar la democracia en nuestro país supone, al menos tres cosas fundamentales: recuperar la naturaleza republicana del Estado (efectiva independencia de poderes); enfrentar la corrupción e impunidad tan grosera que se conoce; y que la democracia produzca efectos tangibles en las condiciones de vida de la población.

Pero para que lo anterior pueda ser viable, es indispensable derrotar la opción que se ha convertido en el último andamiaje que pretendería mantener la cooptación de la institucionalidad estatal por lo que hemos denominado la “convergencia perversa”. Sandra Torres ha transitado de representar una opción política progresista cuando cogobernó con Álvaro Colom, a convertirse en el salvavidas de dicha convergencia. Las mafias político criminales articuladas a partir del liderazgo de Alejandro Giammattei intentarán que así sea, apoyando su candidatura de manera implícita o explícita. Las cúpulas empresariales y otros sectores de las mafias políticas y militares de los tiempos de la contrainsurgencia que le apostaron a la derrotada Zury Ríos seguramente harán lo mismo. El pensamiento conservador, que hepáticamente se expresa en la supuesta defensa de valores tradicionales se verá en un intríngulis, porque Semilla y Bernardo Arévalo representan una opción progresista que obviamente rechazan, pero al mismo tiempo, Sandra Torres no puede ser más contraria a una auténtica ética conservadora que expresa un discurso moralista. Los corruptos no pueden ser éticos.

Las élites empresariales que oportunistamente apoyaron a Edmond Mulet buscando una opción política cercana a ellas, pero contraria a las élites corruptas, también estarán en una encrucijada. Ya que tendrán que decidir si continúan de aliados/rehenes de las mafias político criminales articuladas ya no por Giammattei, sino por Sandra Torres, o se arriesgan a negociar con un candidato honorable, progresista con moderación y demócrata, Bernardo Arévalo. Vale decir, de paso, que Mulet tuvo el mérito de aportar sustancialmente a dividir a las élites empresariales.

Respecto a la ciudadanía, la existencia de una opción antisistema pervertido por la corrupción y la impunidad debería permitir atraer el voto que proviene del hartazgo. Si antes se expresó en el voto nulo y en blanco porque no se veía opción viable para iniciar la transformación de esa degradación, ahora tienen una para ello.

Y ese es el reto inmediato de Bernardo Arévalo y de los jóvenes integrantes de Semilla. Que el inesperado triunfo los ilumine, pero no los alucine. La lucha contra la corrupción y la impunidad que ha pervertido el sistema político deberá ser su principal bandera, pero no la única. La democracia tiene que servir para superar la pobreza, la exclusión, la desnutrición infantil y la desigualdad que subyace.

En síntesis, el reto es liderar un doble esfuerzo: recuperar el carácter republicano del Estado; y sentar las bases para una estabilidad social basada en el impulso de un desarrollo integral, que no equivale mecánicamente al crecimiento económico excluyente que maliciosamente enarbolan como bandera las élites depredadoras. Avanzar simultáneamente en esos dos rumbos es el reto del liderazgo de Bernardo Arévalo, la amplitud de la convergencia para lograrlo será la base de su triunfo el próximo 20 de agosto y, más aún, de la gobernanza de su propuesta programática.

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