Eduardo Villatoro
La principal noticia de ayer de Prensa Libre era devastadora: «Pacientes con cáncer carecen de tratamiento. No hay quimioterapia por falta de fondos», antecedida de la información: «Treinta han fallecido este año». No es la primera vez que los medios resaltan las desastrosas circunstancias referentes a la más que precaria salud de las clases populares de Guatemala, como consecuencia del irrazonable descuido del gobierno que encabezó el señor Pérez Molina, mientras que la descarada corrupción se ha apoderado del Estado.
Tampoco es un reporte aislado acerca de la despreciable indiferencia a la desnutrición infantil que se ha agudizado, la falta de empleo para miles de guatemaltecos de todas las edades, incluyendo niños, adolescentes, hombres y mujeres que se ven obligados a emigrar, y otros son empujados a delinquir porque no pueden satisfacer sus necesidades más urgentes y primarias, sin que yo justifique la existencia de bandas de delincuentes juveniles.
El contenido de esa nota de primera plana me hizo recordar un mensaje que recibí hace varias semanas, supuestamente escrita por Susana Barrios Beltranena (apellido de rancio abolengo). Lo ubiqué y decidí a compartir pasajes de ese texto con mis contados lectores que no lo recibieron o carecen del servicio de Internet, porque la carta dirigida al exmandatario cobra actualidad.
Además, al observarlo comparecer en el Juzgado B de Mayor Riesgo, recuerdo que en más de una ocasión me he referido a la soberbia y desprecio que denotan funcionarios, sin imaginar que llegará el momento en que volverán al camino del guatemalteco sin poder político, aunque con suficiente dinero para vivir holgadamente el resto de sus existencias.
El texto de la señorita Barrios Beltranena dirigido al exgobernante, quien nunca fue de mis simpatías y que probablemente no lo ha leído, aunque no me provoca júbilo su actual situación jurídica al notar su rostro ensombrecido, precisa en un párrafo: «Puedo entrever el agobio que estará experimentando al comprender que su vida se ha desmoronado, Otto Pérez. Impotente en su esfuerzo por recuperar algo de respeto y estima. Lo veo sufriendo al constatar lo que significa la pérdida del poder, la ausencia de control. Cuán duro debe ser verificar la falta de valor que ahora tiene su palabra y opinión».
Agrega «Puedo imaginarlo totalmente desconsolado, constatando que aquellos que lo adularon ayer, hoy lo ignoran; que quienes dijeron ser sus amigos no desean acercarse a usted; que aquellos que le prometieron lealtad, le han dado la espalda. Lo veo luchando por seguir justificando su actuación con el fin de victimizarse, convenciéndose por momento que no es culpable, que el responsable es otro. Puedo verlo meditando con los ojos cansados mientras siente un rasgo de arrepentimiento, pero que desecha ese sentimiento de inmediato, volviendo a sus pensamientos justificadores, para descalificar su momentáneo instante de consciencia».
Prosigue esta guatemalteca que presumo es de la clase alta: «La corrupción no es una maldición ineludible, Otto Pérez. Es un acto de libre elección, un accionamiento de la libre voluntad. Me imagino que se martiriza teniendo la consciencia de haber sido un hombre privilegiado. Recibió el más alto honor que un pueblo puede otorgar a un ciudadano: confiarle el destino de la nación. Usted pudo haber sido un hombre respetado. Pero usted eligió lo contrario, provocando que el día de hoy sea desdeñado, degradado, repudiado, humillado».
Comparto con la autora del mensaje estas palabras: «Aunque no puedo evitar sentir compasión por usted (el subrayado es mío), aunque tomó el camino equivocado. Optó por la indignidad. Hoy su agonía es merecida. Si yo fuera usted dejaría de lado la arrogancia, alejaría de mí los viejos fantasmas de gloria y expresaría mi profundo arrepentimiento».
(El pacifista Romualdo Tishudo cita este párrafo que leyó en alguna parte: -Es mucho más fácil perdonar al enemigo una vez que nos hemos desquitado).