Echada en la cama de una cabaña de caña, en uno de los pueblos más pobres de la costa del Pacífico, María Galán cierra los ojos y mira el techo de zinc mientras se estremece por el dolor que siente en los huesos durante la mayor epidemia de dengue registrada en la historia de Perú.
La mujer de 47 años ha tenido fiebre por siete días, mareos y dolor estomacal. «Cuando camino me quieren venir los vómitos», dijo con un hilo de voz el ama de casa, uno de los más de 129.000 contagiados de la enfermedad transmitida por la picadura del mosquito Aedes aegypti, cifra que convierte al país en el segundo con más casos en las Américas después de Brasil, según datos de la Organización Panamericana de la Salud.
La cifras oficiales en lo que va del año -129.634 casos y 191 muertos- ha superado el más reciente pico histórico de 2017 cuando las autoridades registraron 67.280 casos y 89 decesos, de acuerdo con el Ministerio de Salud peruano. En Piura, ubicada a 861 kilómetros al norte de Lima, se han detectado casi un tercio de los casos de todo el país. Hace un mes se declaró la emergencia sanitaria en el país para movilizar recursos.
Galán no acudió al hospital porque ha visto en la televisión las filas de enfermos que esperan atención y porque desconfía de los servicios sanitarios debido a que durante la pandemia de COVID-19 su madre murió en un hospital y le avisaron horas después.
#7Jun #Perú #Dengue
Piura, una pequeña ciudad al noroeste, es el epicentro de la peor epidemia de dengue que se haya registrado en el país suramericano. Más de 114.000 casos y 156 personas muertas, a nivel nacional. Fotos: @AP pic.twitter.com/bvzlFb8lPE – @VozdeAmerica— Reporte Ya (@ReporteYa) June 7, 2023
Tampoco puede ir a un consultorio privado porque el dinero que gana vendiendo una bebida fermentada de maíz de la época de los Incas alcanza apenas los 100 dólares mensuales. Su única opción confesó, es tomar paracetamol, beber agua de arroz tostado e infusiones de manzanilla.
Los relatos son parecidos en diversas barriadas del desierto que rodea a Piura. En casi todos los poblados hubo hasta hace poca laguna formada tras las lluvias más copiosas en 25 años causadas por el incremento de la temperatura de las aguas del Pacífico debido al fenómeno climático de El Niño y el paso del huracán Yaku. Los vecinos tuvieron que comprar tierra en volquetes para echarla sobre los charcos, luego de contemplar con horror la aparición de nubes de zancudos, ranas que croaban por las noches y ratas que corrían enloquecidas por las calles.
El marido de Galán, José Vílchez, de 52 años, su hija Taira, de 12, también se contagiaron pero se están recuperando. La semana pasada Taira tuvo que ausentarse de la escuela porque «le ardía la cabeza» tras más de una semana previa con fiebre.
La menor, que todavía padece una persistente tos, contó que otras dos compañeras con fiebre se desmayaron en el aula y que el director, la profesora y el portero de su escuela estuvieron enfermos. Las autoridades de Piura indicaron que unos 30.000 escolares y 4.000 profesores se han contagiado. Otra escuela retornó al dictado de clases virtuales luego de que un alumno murió y otros 150 estudiantes y 33 profesores se contagiaron. En un tercer colegio se reportaron 328 escolares infectados.
El dengue es consecuencia de la pobreza en Perú, que alcanza al 27,5% de sus 33 millones de habitantes, y desnuda la carencia del servicio de agua potable, dijo el epidemiólogo Percy Minaya, Alto Comisionado del Ministerio de Salud para combatir la enfermedad. «Una carencia que vivimos crónicamente es la falta de agua corriente o que se ofrece por muy pocas horas al día», dijo el doctor a The Associated Press durante una visita a un centro temporal de salud que funciona dentro de una amplia tienda con aire acondicionado debido a que los hospitales están saturados.
El Arzobispo de Piura compartió un bello himno sobre la Santísima Trinidad y alentó a rezar por el fin de la epidemia del dengue en Perú. Vía @WSanchezSilva https://t.co/jzSsKzdJnr
— ACI Prensa (@aciprensa) June 5, 2023
El 15% de los peruanos, unos cuatro millones, no tiene acceso al agua dentro de su vivienda, según datos oficiales. En las barriadas del desierto de Piura los vecinos compran bidones de 20 litros a 30 centavos de dólar. Juan Murguía -quien se ha dedicado durante dos décadas a repartir bidones en la barriada Los Polvorines- afirmó que algunos vecinos gastan en agua hasta la tercera parte de lo que ganan al mes. «Es una vida muy sufrida cuando no tienes agua», comentó.
El agua adquirida es colocada en depósitos dentro de las cabañas. Cuando los vecinos no cubren con una tapa el líquido, la hembra del Aedes aegypti coloca unos 200 huevos que demoran hasta 10 días en convertirse en mosquitos adultos. Los huevos también son depositados en zonas donde abundan objetos en desuso, según el Ministerio de Salud. Pese a que por más de dos meses los vecinos pidieron que las autoridades fumiguen, la campaña recién empezó en la última semana.
En otra cabaña con ventanas de hierros oxidados, Ana Barco daba de beber agua a sus hijos, Angie, de 16 años, y Enzo, de 8, enfermos de dengue y quienes comparten una misma cama. Barco trabajaba como empleada doméstica en la casa de una familia acomodada en la capital peruana, pero tuvo que abandonarlo hace tres semanas porque la salud de sus hijos había empeorado.
A los pocos días Barco también enfermó de dengue. Le dolían los ojos, sentía que todos los huesos de su cuerpo -en especial los de la cadera- se iban a romper «como si fuese a dar a luz otra vez». Su hija Angie continuó con náuseas, sangrados nasales y un sarpullido en la piel. «El dolor de huesos es horrible, pero incluso así yo he tenido que bañar a mis hijos enfermos», dijo Barco, de 34 años, madre soltera como varias de las vecinas de su cuadra que en muchos casos no reciben ayuda de los padres de sus hijos.
Frente a la cabaña de Barco, su vecina Ybis Rosales, de 29 años y madre de dos niños, se recuperaba con dificultad del dengue. Los doctores le indicaron reposo absoluto, pero no pudo cumplirlo porque necesita trabajar para dar de comer a sus hijos. Finalmente, la echaron del restaurante adonde trabajaba. Aún siente los efectos de la enfermedad. «No me deja ni caminar, no puedo ni comer, la cabeza te explota, el dolor de huesos es inmenso», dijo a punto de llorar.
En el centro de salud de San Pedro, cinco médicos y seis enfermeros atienden a decenas. Los enfermos de dengue están sentados en bancas, algunos se agarran la cabeza, otros cierran los ojos. El enfermero José Collantes corre de un lado a otro en medio de los reclamos de los enfermos. «Para dar una adecuada atención de salud necesitamos buena infraestructura, no la tenemos; necesitamos personal capacitado, no lo tenemos tampoco, y otro factor muy importante es la educación de la población, que no tiene cultura de salud», comentó.