Oscar Clemente Marroquín
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Ya está definido que a los electores les tocará decidir entre la opción de Jimmy Morales, el candidato surgido prácticamente de la nada y del que se sabe tan poco, y Sandra Torres, de quien por lo menos se sabe que ya ejerció el poder de manera prácticamente absoluta durante la gestión formalmente encomendada a su marido, Álvaro Colom, individuo que apenas si tuvo un poco más de injerencia de la que tuvo el doctor Rafael Espada, Vicepresidente relegado a un papel mucho menos que el de cualquier figura decorativa.
Pero también está definido que el Congreso que se instalará en enero del año próximo no será básicamente distinto al que ha tenido en los últimos años las responsabilidades que la Constitución asigna al Organismo Legislativo y no existe ninguna base para suponer que habrá cambios fundamentales en el comportamiento de las bancadas mayoritarias que pertenecerán a los partidos Lider, UNE, Patriota y Todos. Sumado el número de diputados de esas agrupaciones rebasan con mucho la mayoría del Parlamento y hasta la cifra especial de dos tercios del total de diputados.
Ciertamente ninguna de esas bancadas logrará mantener a todos sus miembros porque el transfuguismo volverá a ser elemento importante del comportamiento de los “representantes del pueblo” y se verán rápidamente acomodos que ya se perfilarán con la mira puesta en asegurar futuras reelecciones, lo que nos da una idea de que si en algo habrá casi unanimidad en el Congreso, será en el rechazo a procedimientos de la Ley Electoral para limitar tanto el transfuguismo como la reelección de diputados y alcaldes.
En ese panorama la elección presidencial no resulta tan determinante como algunos piensan, puesto que quien llegue tendrá que lidiar con un Congreso que, para variar, va a tener la llave para las cuestiones verdaderamente importantes.
Pero lo que es indiscutible es que, gane quien gane, el nuevo gobierno tendrá la difícil misión de administrar una severa crisis fiscal que tendrá efectos en la macroeconomía del país y puede pasar facturas verdaderamente importantes a la población. Hoy tenemos el ejemplo de lo que está ocurriendo en Brasil, donde el débil gobierno actual se ve en dificultades y tiene que aplicar medidas de recorte que significan, en un país con mejor sistema de protección social, reducción de beneficios para las capas medias y los más pobres. En un país como Guatemala, cualquier ajuste que deba realizar el gobierno se trasladará inmediatamente a los más pobres porque las capas medias reciben muy poco del Estado.
Por supuesto que los sindicatos que negociaron pactos colectivos espurios con funcionarios irresponsables y verdaderamente venales, como los exministros de Salud Pública y de Educación, harán micos y pericos para evitar recortes que afecten sobre todo a la dirigencia, pero la baja capacidad del fisco obligará a actuar sin muchas contemplaciones.
Los guatemaltecos están siendo objeto de admiración en el mundo porque lograron, sin choque sangriento, dar un golpe a la corrupción gracias a la CICIG, el Ministerio Público y la reacción ciudadana. Pero falta ver si llegamos a tener la claridad de los pasos a dar en el futuro porque, hoy por hoy, el panorama no luce como para presumir de haber hecho algún cambio importante.