Eugenio R. Fernández
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Supe después que la “N” indicaba que en el lugar donde vivían nazarenos en referencia a Jesús de Nazaret, un escalofrió recorrió mi espalda. Esto me recordó la pesadilla judía a mano de los nazis. Una pena y agobio profundo me invadió por los niños, mujeres, hombres y ancianos cristianos perseguidos y masacrados por causa de su religión. Mi casa pudiera algún día ser marcada con una “N” pensé.

La semana pasada me enteré de la decapitación del periodista James Foley por parte de uno de los psicópatas yihadistas. Al indagar un poco más sobre este hombre me doy cuenta que es un profundo creyente, un “N”, un ser humano sensible y por supuesto totalmente inocente.

Lo que lleva a la pregunta ¿Qué es lo que hace al ser humano beber del Cádiz del odio y la indiferencia en contraposición del amor y la misericordia? ¿Qué se dispara en nuestro interior que nos hace capaces de matar, descuartizar, destruir, no sentir nada y ser totalmente indiferentes? Concluyo que es la ausencia absoluta de Dios en nuestras vidas que genera el egoísmo máximo, en el cual solo yo importo, lo que me permite suprimir del consciente el concepto del bien común y con ello se pierde el concepto de sentido común.

Al abrir más los ojos, regreso a Guatemala y veo que aquí hace unas semanas atrás también se descuartizó a una persona; al artista Víctor Hugo Monterroso. La diferencia entre Foley y Monterroso es que no grabaron la cobarde ejecución, ni la subieron a YouTube y el contexto geopolítico es diferente; pero el mismo odio y la absoluta ausencia de Dios en ambos casos es el denominador común.

Monterroso no es el primer ser humano en este país en ser asesinado y mutilado. La condena mundial que resultó de la muerte de Foley contrasta con la absoluta indiferencia inmisericorde y egoísmo profundo de la población guatemalteca y del gobierno ante lo ocurrido con Monterroso.

El pueblo de Guatemala se cubre de indiferencia que proviene de un miedo profundo o un egoísmo mayor. Ambas fuentes son receta para el desastre social y la autodestrucción del país.

Los yihadistas en estas latitudes tienen diferente nombre, pero son igual de destructivos, genocidas y egocéntricos. Los corruptos y sus secuaces, la cleptocracia, son tan destructivos como los yihadistas musulmanes, se parecen tanto a ellos que los cleptocratas se creen redentores del pueblo y su única esperanza de salvación.

Los políticos y los yihadistas musulmanes comparten el mismo fin, obtener lo que desean, sin importar el costo que para los demás pueda conllevar la consecución de sus objetivos. El egoísmo es el único y verdadero Dios de esta gente, la misericordia un molesto estorbo. La indiferencia su principal arma, la miseria y destrucción su herencia. ¿Hasta cuándo Guatemala? ¿Hasta cuándo?

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