José Roberto Alejos Cámbara
En toda nación democrática, incluyendo Guatemala, la realización de unas elecciones libres y transparentes constituye uno de los cimientos de la democracia. Pero, en este país, además del desconocimiento de los trámites y procesos en torno a las elecciones, los fenómenos de la confrontación y traición política son una constante desafortunada que lacera la confianza de la sociedad.
Hoy, quiero insistir en el llamado a la conciencia frente a esa situación, y en los desafíos que afrontamos ante estos escenarios que se tornan aún más espinosos conforme se acerca el día de las elecciones generales. Como mencioné la semana pasada, el nulo interés en conocer e indagar en los trámites de los procesos es producto de la desconfianza en el sistema. Cuando percibimos que hay opacidad en las reglas o se evidencia la manipulación, se erosionan los principios democráticos, se abona al descontento ciudadano, se socava la legitimidad de los resultados electorales y se consolida la desconfianza en las instituciones.
Que los resultados de las diversas encuestas no coinciden (ya dijimos que el que paga puntea esos sondeos); que todo termine en la esfera judicial (algo aún más difícil de comprender); y que, a 30 días de las elecciones, no haya certeza sobre qué candidatos participarán, despunta con más intensidad la desconfianza y la desmotivación.
A lo anterior, hay que sumarle la confrontación, la traición y los insultos constantes entre la clase política. Esos aspectos también constituyen un reto en la esfera democrática y alcanzan también a quienes no participamos por un puesto de elección, a quienes sólo emitimos opiniones que molestan a determinados candidatos. Esas actitudes empujan un clima de hostilidad y polarización, dificultan el diálogo y la búsqueda de soluciones comunes.
La confrontación política perenne, propiciada por quienes viven de ella, ha creado divisiones en la sociedad generando un clima tenso y ha impedido encontrar soluciones a las crisis que sofocan al país. Estas circunstancias nos están llevando a una parálisis gubernamental, evitando el desarrollo y bienestar de la sociedad, provocando un caos, que en ocasiones considero es a propósito, (con alevosía y ventaja se dice entre abogados) con el fin de continuar manejando el sistema a conveniencia de quienes ven temerosos la llegada del fin del poder y la impunidad que han ostentado.
Estos comportamientos desalentadores, reitero, ejercen una influencia negativa sobre el discernimiento y participación de los ciudadanos en la vida política. Todos estos flagelos, en conjunto, están forjando graves consecuencias sociales y políticas arriesgando la estabilidad y la gobernabilidad.
YA ES HORA de superar tantos desafíos. Es crucial promover la educación cívica y política. El conocimiento de los trámites electorales y los principios democráticos deben ser difundidos ampliamente para que comprendamos y exijamos procesos justos y transparentes. Asimismo, es necesario fomentar un clima político basado en el respeto mutuo, la empatía y el diálogo constructivo. Debemos ser conscientes de que la confrontación constante y la traición minan la confianza en la clase política independientemente de la ideología que profesemos.
NO SE VALE que a escasos 30 días del mayor evento político y democrático del país nos mantengamos indiferentes, nos mostremos impasibles y no exijamos al ente electoral un proceso a la altura o trabajemos con él para hacer algo para que así sea. No se vale que seamos pocos los que critiquemos, los que motivemos el diálogo y fomentemos la cordura. ¡Es deber de todos, especialmente cuando nos estamos hundiendo como nación!