En épocas preeleccionarias, las entrevistas a candidatos a puestos de elección popular resultan ser un medio que, teóricamente, podría servir para aclarar asuntos importantes al público interesado en el devenir político del país.
En el caso de Guatemala, en donde la formación política de la ciudadanía es pobre y la información que se le proporciona es deficiente, las entrevistas y los entrevistadores resultan ser un importante recurso para servir de mediador entre un público que desea saber y conocer, y los candidatos que se postulan.
Si se evalúan de manera general, las entrevistas preeleccionarias han sido espacios o escenarios en los que los candidatos lucen sus ideas, sus propuestas; pero sin aportar mucho más. El modo de la entrevista, se usa poco para incursionar en otros aspectos que sería muy interesante explorar. Por ejemplo, el tema de la calidad y la habilidad de los candidatos entrevistados para ejercer bien el cargo para el cual se están postulando.
Pareciera ser que se ignora que “político” no es solamente un adjetivo si no que la denominación de un oficio. Y a la ciudadanía le interesaría conocer algo relativo a las condiciones o habilidades que los candidatos puedan demostrar como futuros oficiantes de ese oficio: ser confiables oficiantes del oficio de político en los puestos a los que se están postulando (como candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia de la República; como diputados al Congreso; como alcaldes o integrantes de cabildos municipales; y como diputados al Parlamento Centroamericano).
En Guatemala, se ha generalizado la idea de que, para que sucedan cosas en el ámbito de la política real, lo que se necesita es la existencia de “voluntad” política de parte de los políticos y de los funcionarios responsables de los diferentes temas. Algo que es absurdo si se entiende que el político no está allí para “tener voluntad propia para hacer lo que su voluntad les señala” –cada mañana…–, sino que para impulsar y hacer realidad los mandatos que le han sido delegados por medio de la votación a la que se han sometido.
Se olvida que, para alcanzar cualquier fin propuesto, además de “voluntad”, es importante contar con “poder” para lograrlo. Un poder que se puede derivar de muy diferentes fuentes. Baste con recordar, como fuentes de poder, el poder económico, el poder de la fuerza bruta, el poder de la información, pero, también, el poder del carisma y el poder dado por los atributos personales de los que se presentan como dirigentes, para mencionar algunas.
Es conveniente tener presente que esa diferencia entre la “voluntad” y el “poder para poder hacer”, es algo real. Y que es conveniente y necesario diferenciar y explorar ambos ámbitos. La entrevista, como modo o como método, se presta a ello. Importante, sí, es que los entrevistadores, además de saber diferenciar entre la voluntad y el poder que son necesarios para ejercer la administración pública, tengan siempre presente que al público le interesa saber o conocer sobre el “poder” real que se le puede adscribir a los candidatos. Es un asunto importante para tener una idea sobre la viabilidad de sus propuestas.
Lo que se puede entender como la “voluntad” política de los candidatos es lo que, comúnmente, está contenido en sus planes de gobierno (o agendas legislativas, para el caso de los diputados); y es lo que se trata y ocupa el mayor espacio en esos “eventos de entrevistas a candidatos. Pero existe un espacio poco auscultado y que es de importancia capital: el tema de la “viabilidad” de los proyectos o “voluntades” que manifiestan. Y esto incluye, de manera importante, el tema de las capacidades y las habilidades de los candidatos (a nivel personal) para ejercer el “oficio de político” de manera eficaz y eficiente en los cargos para los cuales se están postulando.
Al público atento le interesa saber si estará apostando (votando) por candidatos aptos para el ejercicio de las tareas que deberán resolver en los cargos para los cuales se están proponiendo. No se requiere mayor conocimiento puntual para intuir que, a cualquier nivel, un buen proyecto (la “voluntad” expresada) puede bien fracasar si no tiene un buen conductor. Por eso, la necesidad de saber elegir personas aptas para ejercer los cargos.
El conductor de un determinado asunto o emprendimiento, debe ser hábil y diestro según el ámbito en el que se deba manejar. Habilidades y destrezas que son diferentes si de lo que se trata es de conducir a buen puerto un barco, un avión, una empresa determinada, un hotel o una guerra. Se necesitará de los mejores capitanes, pilotos, empresarios, hoteleros o generales. Si se trata de la gerencia de un país, lo que se necesita es de buenos políticos. Personas que conozcan ese oficio y lo desempeñen con honradez y con dignidad.
Cuando el reclutador de un gran consorcio debe entrevistar a un candidato a CEO, es fácil imaginar que no concentra su atención en las ideas innovadoras que esa persona pensaría introducir en el consorcio … (su plan de gobierno o la mercancía que desea “vender”) si no que, más bien, en las cualidades de líder efectivo que el candidato pueda tener. Para el reclutador, está claro que lo que al consorcio (la nación) más le debe importar es la calidad de liderazgo y habilidades de conducción que pueda tener el candidato para gerenciar la ejecución de los mandatos que le vaya instruyendo la Junta Directiva (representante de la voluntad de la mayoría de los socios …).
Post scriptum: Se puede cuestionar el ejemplo escogido. Lo hice, porque no puedo olvidar que muchas personas en este nuestro país aún tienen la atrofiada idea que la lógica para la conducción de una familia, de una empresa, debe ser la misma que aplica para la conducción de un Estado … En este caso, pienso que se vale aventurar la analogía escogida…