Apellido que hizo honor a las víctimas del Conflicto Armado Interno en Guatemala. La sombra que tenía este apellido, proyectaba palabras con letras arrinconadas en otro orden que se podían leer “defensor de derechos humanos”, “valiente humanista”, “comprometido”, “denunció la desaparición forzada” o “la ejecución extrajudicial”, “la tortura”, “el genocidio”.
Apellido que contaba con apenas siete letras, entre las cuales la “r” se repetía una vez; sin embargo, si la cantidad de letras que debería llevar su apellido dependiera del peso de la valentía que tuvo Gerardi para defender los derechos humanos, tendríamos que reconocer que las tenía todas. Un abecedario completo.
La “s” del sufrimiento; la “t” del terror que pudimos percibir en el rostro de las victimas masacradas, perseguidas, humilladas por el Ejército de Guatemala, ahora sentadas frente a su principal victimario en la sala de vistas de la Corte Suprema de Justicia. Se dictaba la sentencia que condenó a Ríos Montt por haber cometido el delito de Genocidio.
Gerardi siempre defendió a víctimas de violaciones a los derechos humanos. Las llevó en su corazón, que el tiempo convirtió en una pepita de aguacate taladrada con clavos de hierro y envuelta en pétalos blancos de paz, debido a las tantas veces que le tocó defender a víctimas de graves violaciones. La “b” de bendición. Gerardi siempre bendijo a las víctimas. La “p” de protección: Gerardi siempre exigió al Estado la debida protección para las poblaciones más perseguidas y amenazadas por el Ejército. Estas palabras y otras muchas, todo el abecedario de letras risueñas y alegres, encajan perfectamente en su apellido.
Gerardi se las jugó todas y coleccionó símbolos que flotaron y nos recordaron eternamente, a los derechos humanos en acción. Siempre se preguntó: “¿De qué sirve que el principio de igualdad esté reconocido en la Constitución y en el Derecho Internacional, si nuestra sociedad es plenamente desigual? Siempre propugnó y promovió la acción, como el método más eficiente para lograr que los derechos humanos pudiesen nacer a la vida y multiplicarse.
Gerardi, el apellido que nos recordó que un rosario unido por los hilos invisibles del amor al prójimo, prevalece siempre por encima del odio. La añoranza nos hizo traerlo del futuro hacia el presente, volverlo a sentir en el pasado, desearlo vivo y anhelar que la ejecución extrajudicial que le tocó vivir, no le hubiese puesto fin a su futuro, para seguir haciendo lo que tanto le gustaba hacer: defender a las personas. Hoy, las defendería de los ataques injustificados y crueles de la criminalización y de nuevas formas de persecución que el Estado ha implementado en las dos últimas décadas.
Gerardi creía y estaba seguro que era necesario recuperar la memoria histórica, recuperar el pasado de destrucción y violencia, para que no se volviese a repetir nunca más en el futuro, en una sociedad democrática. Aunque para algunos victimarios o para sus familiares, pareciera que los hechos no se pueden repetir, porque, según ellos, nunca se dieron. Vi y escuché a la hija de Ríos Montt, negando el Genocidio. También pude oír y ver la madreada que le dieron. ¡Bien por esa víctima! La hija de Ríos Montt puede negar lo que quiera a quien quiera, pero no faltarle el respeto a las víctimas que su padre provocó.
Lamentablemente, la historia se repitió otra vez; ahora, la violencia se aproximó sigilosa en contra del propio Gerardi. El 24 de abril de 1998, presentó el informe Recuperación de la Memoria Histórica (REMHI) titulado “Guatemala Nunca Más”; dos días después de su publicación, la noche del 26 de abril de 1998, Gerardi fue brutalmente asesinado a golpes. No sería sino hasta el 8 de junio de 2001, después de muchas vicisitudes procesales, que el Poder Judicial estableció la existencia del delito de ejecución extrajudicial en la persona de Gerardi.
Gerardi cosechó racimos de compasión, que siempre expresó con buen humor y esperanza hasta en los momentos más difíciles de su vida. Incluso el día de su ejecución extrajudicial, sintió compasión por las manos asesinas del capitán Byron Lima Oliva. Estoy seguro que murió sintiendo compasión por sus victimarios. El 26 de abril de 1998, dos días después de presentar el informe “Guatemala Nunca Más”, varias personas ejecutaron un hecho que venían planeando paso a paso desde hacía mucho tiempo atrás.
A Gerardi, defender la justicia transicional le costó la vida. A las víctimas, defender los derechos humanos durante la guerra, les produjo la muerte. Muchos parientes inocentes, niños, niñas, ancianos, ancianas, también pagaron la acción de sus familiares con su vida y su respiración cerró sus puertas de par en par, cuando sus cuerpos fueron masacrados o quemados vivos. El Ejército de Guatemala quiso aniquilar al Pueblo Ixil. Quiso y arremetió en su contra, pero no lo logró.
Gerardi recolectó datos por medio de entrevistas, documentos y hechos que permitieron registrar la situación sucedida en Guatemala durante el Conflicto Armado Interno. Promovió el diálogo entre el Gobierno, los sectores civiles y la guerrilla. Siempre pensando en la paz. Creó la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala (ODHAG), que tanto bien ha hecho a nuestro país y al principio de legalidad, piedra angular del Derecho.
La Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH), entidad auspiciada por la ONU, utilizó el proyecto REMHI y coincidió en las cifras responsabilizando al ejército de más del 90% de los crímenes perpetrados durante cuarenta años. Finalizó la guerra civil y se firmaron los Acuerdos de Paz (año 1996). En febrero de 1999, cuando la comisión internacional presentó su propio informe, Memoria del silencio, su coordinador, el Profesor alemán Christian Tomuschat, afirmó:
“Sin lugar a dudas se trata de un esfuerzo profundo y complejo, que la sociedad guatemalteca adeuda a los miles de hombres y mujeres valientes que, reclamando el pleno respeto a los derechos humanos y al Estado democrático de Derecho, asentaron los cimientos de esta nueva nación. Ocupa un primer plano en nuestra memoria, entre todos ellos, Monseñor Juan Gerardi Conedera”.
El legado de Gerardi es vasto y poderoso. Ayudó a formar a muchas y muchos defensores de derechos humanos. Como guerrero de la paz, no le gustaban las personas con mente estrecha y extremadamente conservadora y combatió su intolerancia con valentía. Tanto combatió con la bandera de la paz en la mano, con dignidad e inteligencia a favor de los derechos humanos, que la sociedad lo reconoció como un pacifista que promovió la concordia y vida en comunidad, hasta el día de su cruel ejecución extrajudicial. El guerrero de la paz: Gerardi, el que recuperó la memoria de un pueblo, para eliminar el sabor amargo del olvido. Y lo más importante, el que sembró con humildad, dio sin esperar recibir nada a cambio y recogió su cosecha con paciencia y gratitud.