En estos días en que emergen del seco suelo las flores de jacaranda, nazarenos y bouganvilias, afloran también del pecho los llamados a la reflexión de temas trascendentales, aquellos que, en nuestro ajetreo diario, casi siempre pasamos por alto. Así, quiero compartir:
La madre pedigüeña. Es claro que los apóstoles eran hombres santos, pero eran seres humanos después de todo. Igual que sus familias. San Mateo nos relata que la madre de Santiago y Juan se acercó a Jesús, junto con sus hijos y, arrodillada, le pidió de favor que le “asegurara” que cuando estuviera en su Reino se sentara uno a su derecho y el otro hijo a la izquierda (¡qué tal!). Los otros diez apóstoles se enojaron con los tres familiares. Otra reacción también muy humana. Claro, el Maestro les dijo que “no sabían lo que estaban pidiendo” y agregó que “los gobernantes de las naciones actúan como dictadores y los que ocupan cargos abusan de su autoridad”. A diferencia, serán grandes aquellos que sirvan (Mt, 20:20). Tal pretensión me recuerda el “apretacanuto” que se ha de haber formado al interior de los partidos reclamando todos estar en el primer lugar del listado nacional o del distrito.
Lázaro. San Juan, en el capítulo 11, nos relata la milagrosa resurrección de Lázaro, un amigo querido de Jesús que llevaba cuatro días de muerto y que ya despedía “mal olor”. Imaginen la pestilencia de un cadáver en proceso de descomposición. Los evangelistas nos narran los aspectos esenciales de ese portentoso evento. Así cumplían con el mandato divino que inspiró la secuencia de los Evangelios. Pero no eran meros cronistas como los de hoy en día. De haber habido reporteros actuales le hubieran “zampado” los micrófonos en la cara del resucitado y le hubieran ametrallado a preguntas: ¿Qué sucedió en esos cuatro días? ¿Cómo fue la experiencia? ¿Fue un mero sueño o un viaje a la eternidad? En fin, inagotables preguntas que mucho hubieran aclarado nuestras dudas. A ninguno se le ocurrió hacer esas preguntas.
La Verdad. “¿Entonces, eres rey?” preguntó Pilatos en el pretorio. “Tú lo has dicho” contestó Jesús y agregó “yo doy testimonio de la Verdad y para esto he nacido y he venido al mundo. Todo el que está del lado de la Verdad escucha mi voz”. Intrigado Pilato por esa afirmación de la Verdad le volvió a preguntar “¿y qué es la Verdad?” pero lamentablemente se volteó hacia la muchedumbre.
Habiendo hecho la pregunta anterior súbitamente salió de nuevo al balcón donde estaban los judíos y les dijo “yo no encuentro ningún motivo para condenar a este hombre”. Y como todos sabemos, después se lavó las manos. Ahora bien, por qué no esperó la respuesta de los labios del Maestro. ¿Por qué tan impaciente e impetuoso? Cuánta sabiduría hubiéramos absorbido con la respuesta de Jesús. Y la duda sigue permanente y se nos repite en cada ocasión (especialmente en estas fechas santas): ¿Qué es la Verdad?
Espero que, entre el ritmo pausado de las olas, o tras las fríos vientos de la montaña encontremos tiempo para profundizar en el verdadero sentido de esta Pascua. Bien por el descanso pero ello solo es parte de la gran celebración que nos ha traído la salvación.