Ramón Cadena
Sin anunciarlo, se llevó a uno de los mejores en derechos humanos. Alguien que había hecho de su vida, una tribuna para defender derechos y de su esperanza, una llama alta que se mantuvo fuerte y viva hasta que dejó de respirar. Me refiero a Ronaldo Robles, a quien la muerte lo mandó a llamar demasiado pronto. Lo que haya sucedido esa mañana en la playa El Garitón, de Monterrico, solo la muerte y él lo saben. Y van a guardar el secreto, seguramente, en forma eterna. Él, lo conoció y se lo llevó a la tumba. Se llevó su secreto y su dolor; terminó luchando en contra de la muerte y al final perdió la batalla. Y ella, la muerte, se quedó con el secreto guardado sutilmente en su estructura mortal.
A veces la muerte se pone la chamarra de terrorista y nos alcanza burlándose de todas y todos nosotros. Y en nombre de una fundación terrorista, con total descaro, se refiere a la justicia, la verdad y el desarrollo en forma cotidiana, cuando lo que busca es promover la corrupción e impunidad cotidianamente. Actitud a todas luces criminal.
Esta organización, de la mano de la muerte, promueve el odio y la venganza, en lugar de luchar contra el terrorismo. La muerte, muy contenta, recoge a las víctimas de sus cuchillos y las lanza al aire para que ya no vuelvan a defender la justicia, ni a luchar contra la corrupción nunca más. Desaloja su vida y finalmente, sus víctimas dejan de respirar.
Esa mañana en el océano, Ronaldo trató de huir de la venganza del alfaque. No sobrevivió. Porque quedó atrapado en sus redes y pronto quedó sin energía y ya no pudo seguir luchando. Así opera la muerte: rápida y silenciosa. Así nos lleva a todos y todas: con un grave misterio. Porque no sabemos si el cuerpo tiene alma, si ésta quedará flotando en el espacio, si seguirá viva o si simplemente al morir, solo queda nuestro cuerpo vacío. Esa mañana, el alfaque parecía una telaraña intacta y mordaz, construida con paciencia. Hilo a hilo se fue tejiendo a sí misma, hasta lograr su cometido: matar a Ronaldo Robles. Construir un remolino, que se llevó para siempre el tiempo de Ronaldo.
Y esa misma muerte, desnuda, salió de casa tratando de encontrar un lugar para matar. Ese lugar lo encontró en el departamento de Petén, municipio de La Libertad, en la comunidad La Revancha. Como si fuera de verdad una revancha, una venganza del rico sobre el pobre, la Policía Nacional Civil hirió y acribilló, con la sombra de la muerte, a varios comunitarios. El Ministerio Público dio carta libre a los miembros de la Policía Nacional Civil para matar. Por ello, lo hicieron con toda tranquilidad. Sabían que no se les iba a castigar. El pretexto en este caso, fue la protección del ambiente.
Hay casi un cien por ciento de impunidad en el país. No se persigue, ni a la muerte, ni a los victimarios; ni a los miembros de la Policía Nacional Civil, ni a su sombra que camina tranquila con sus manos ensangrentadas. Antes fue la Policía Nacional la que mató. Basta con recordar a Chupina. Hoy es la Policía Nacional Civil la que acribilla, para desalojar el alimento y alejarlo de las personas que lo necesitan para vivir.
El sábado, Ronaldo y su compañera salieron a buscar sal al mar. Y Ronaldo ya no volvió vivo, el alfaque se vengó de su respiración y la marea arrojó su cuerpo inerte a la orilla infinita, mientras la muerte reía tranquila, cargando entre sus garras una víctima más. Ronaldo había fallecido y la pérdida era para los derechos humanos y la comunicación, para sus familiares, para su grupo de amigos y amigas, para quienes admirábamos su trabajo. Su mensaje, poderoso y certero, fue su legado; la esperanza de creer siempre en un mundo más en paz, fue su herencia. Los recibimos con alegría y seguirán vivos porque seguirán presentes en el movimiento de derechos humanos.
Después, en la obscuridad anónima de la noche, la muerte salió a pescar a otras víctimas disfrazada de una fundación que supuestamente nació para luchar contra el terrorismo, no para promoverlo. Esta vez, encontró a un Embajador que caminaba cargando un libro de Derecho Internacional bajo el brazo. El Dictador que ejercía el poder cómodamente, le había dado el beneplácito desde que llegó al país. Desde entonces, el Embajador quedó protegido por el Derecho Internacional.
El error fue haber confiado en el Dictador que le dio el beneplácito; haber confiado y creído en la protección que le ofreció el dictador, con la sonrisa llena de engaño. Cometió la tontera de creer en la palabra del dictador, cuando en realidad esos bichos malignos, no tenían, tienen ni tendrán nunca una palabra confiable. Siempre operarán con la mentira a su lado; ofrecerán protección, sin creer en ella. Porque la Dictadura podía incluso llegar a quitar la nacionalidad de un solo tajo, a crear apátridas, expulsarlos del país y despojarles de su propiedad. Destruir la democracia ha sido siempre su principal objetivo.
La muerte quería quitarle al Embajador, la protección que le dio el Derecho Internacional. Se trataba de una lucha desigual: el que bailaba con la muerte, el poderoso, el que tenía la fuerza de su lado, el que había centralizado el poder y lo tenía todo a su favor, el de la soberanía absoluta, frente al que se defendía con el Derecho; el que podía matar sin piedad, frente a aquel que recurría al Derecho en busca de justicia. Llegó el momento en el que se encontraron. El poderoso debía poner obstáculos a la lucha contra la impunidad, por medio de leyes internas. Y así lo hizo. Mientras tanto, la muerte acechaba, para después atacar de nuevo a su próxima víctima con total impunidad.
Operaba como fuera necesario. Si necesitaba quitar a alguien de su camino, lo hacía como lo hizo con Ronaldo. Si lo que necesitaba era disparar en contra de personas, lo hacía como lo hizo en el departamento de Petén, en contra de comunitarios de la Comunidad La Revancha, poniendo como pretexto, tener que defender el medio ambiente. Si necesitaba aislar al país, atacaba al derecho Internacional y a sus principios.
Concluyó que era necesario terminar con la resistencia digna de las y los estudiantes de la Universidad de San Carlos frente al fraude electoral y, para ello, optó por incursionar violenta e ilegalmente el Centro Universitario de Occidente (CUNOC); amenazó con violar a estudiantes mujeres en resistencia y quemó mantas. Esta vez, la muerte se apareció repentina con supuestos estudiantes con los rostros cubiertos y bajo efectos del alcohol, desalojó a las y los estudiantes en resistencia digna. Estos actos criminales tendrán que ser castigados por la justicia.
Sin embargo, a la muerte no le importaba el método que debía utilizar; se sentía segura que no pasaría nada. La justicia reparadora no la iba a alcanzar. La muerte cabalgaba tranquila, hiriendo a sus adversarios, para eliminarlos y así poder continuar trazando su camino de sangre y destrucción y que éste, quedara libre de cualquier obstáculo. Hasta que un día, el Pueblo decidió ser rebelde y se opuso a sus acciones atroces y arbitrarias.