Roberto Arias
Lo que nos tiene atrapados como país y como sociedad y que no permite que despeguemos hacia el desarrollo integral, como todos sabemos, es la vertiginosa corrupción e impunidad al galope en nuestros pueblos latinoamericanos a raíz, precisamente, de la conquista y la barbarie con la que los europeos, especialmente los españoles, llegaron a estas tierras para apropiarse de la tierra y de los recursos naturales del continente. Agarraron parejo las tierras, incluyendo poblaciones indígenas que quedaron en calidad de servidumbre… como seres de cuarta categoría.
La religión traída por España fue un sólido coadyuvante para mantener, originalmente, a las personas atemorizadas y con los ojos cerrados, permitiendo que el feudo haya abusado de las grandes mayorías, utilizándolas para su enriquecimiento personal a costillas de su miseria y su desesperanza. Este caldero de explotación irracional es lo que finalmente disparó lo que ahora tenemos como sociedad y sociedad política infestada de corrupción.
El apareamiento entre la rancia oligarquía, la milicia y los políticos ha dado seguimiento y alimentado de porquería al sistema para que, en lugar de decrecer, haya aumentado a niveles increíbles el crimen organizado, el narcotráfico, la delincuencia común, la extorsión, el contrabando, el lavado de dinero, el soborno y cuantas cosas negativas y delincuenciales quiera pensar el culto lector.
Este neque vivendi y modus operandi se enraizó en Guatemala sin que alguien pueda parar esa correntada de agua sucia que nos sigue llevando al descalabro y a la vergüenza, a quienes aún la conservamos. Por esa razón, ahora que la población guatemalteca ha comenzado a abrir los ojos o, mejor pensado, que ya manifestó abiertamente su rechazo a este modo de vida, debemos sustentar la acción para que se mantenga la voluntad de hacer cada quien lo que debe para lograr niveles de decencia que permitan la proyección de reformas para una sociedad justa, pujante y verdaderamente en vías de desarrollo.
Entonces, en virtud de que los altos niveles de corrupción e impunidad limitan la inversión y el desarrollo y conducen a gobiernos ineficaces, cito a Susan Rose Ackerman en su libro “La corrupción y los gobiernos”: “Las reformas pueden exigir cambios tanto en las estructuras de las diversas Constituciones como en la relación subyacente que existe entre el mercado y el Estado. Sin embargo, una reforma eficaz no puede producirse a menos que la comunidad internacional y los dirigentes políticos nacionales (Yo agrego a la ciudadanía) apoyen el cambio. No existe un solo modelo de reforma, pero el objetivo primordial de toda reforma debería ser reducir los beneficios que se obtienen de pagar y de recibir sobornos, y no simplemente apartar las ´manzanas podridas´.»
Enfrentar al dinosaurio mefistofélico de la corrupción e impunidad requiere de mucho valor, sacrificio y muy buena voluntad. No permitamos elecciones sin las reformas a las Leyes Electorales y de Partidos Políticos o seguiremos peor.
¡Hagamos las reformas esenciales…y después votamos!