Nuccio Ordine (1958), en su ensayo “La Utilidad de lo Inútil” (2013), hace ver y reclama como absurda la difundida actitud de no reconocer la utilidad de gran número de labores y saberes que se producen en nuestra civilización. Él plantea con claridad y contundencia, la sinrazón de calificar así esas tareas y esos conocimientos.
Y concluye con una aseveración que acerca a una clave: “Considero útil todo aquello que nos ayuda a ser mejores”.
El mundo actual, en general, y la situación particular que se da en nuestros países, reclaman la participación de todos en la revisión de lo que está sucediendo y de lo que nos está sucediendo. Es ingente revisar y proponer, y esto demanda del ingenio desde todas las perspectivas posibles. También la filosófica.
A la vista de la generalidad de las personas, la filosofía no se incluye en el grupo de los oficios que se deben considerar de utilidad para el sostenimiento y el progreso de nuestras sociedades. Se niega de tajo la importancia que puede provenir de la reflexión profunda.
Ideas que guían y que faltan
En España, aún resuenan los pensamientos de Ortega y Gasset y sus discípulos, y se invita a Adela Cortina a ofrecer su opinión; en Alemania, se respeta al viejo Habermas y al joven Byung-Chul Han; en Francia, se lee al sabio Morin y se reconoce su influencia en el pensamiento que debe orientar al mundo de la actualidad; en los EE. UU. se leen los libros de Chomsky y se escuchan con atención sus conferencias; en Portugal y para el mundo, reflexiona Sousa Santos; en el sur de América, resuenan las ideas de Dussel, Bunge, Freire, Maturana.
En Guatemala -y en Centroamérica- desconocemos esos pensadores propios y no recurrimos a ellos en momentos de desconcierto o confusión para que contribuyan a alumbrar el camino de nuestras sociedades con ideas serias y desapasionadas, elaboradas con desapego a cualquier interés egoísta. Y, lo que es peor, no fomentamos, no facilitamos ni promovemos que se piense en los asuntos de fondo y con el ánimo de encontrar soluciones.
Si se desea comprender el fenómeno del desprecio por la disciplina de la filosofía con el propósito de atenderlo, seguramente deberá analizársele desde, al menos, dos grandes perspectivas. La de la “producción del pensamiento filosófico” y la del “consumo o aprovechamiento social del pensamiento filosófico”.
Probablemente, si lo que se desea es lograr un cambio en la situación prevaleciente, lo más práctico será iniciarlo analizando y buscando respuestas desde la perspectiva de la “producción de las ideas”; por varias razones. La principal de ellas porque, si de realizar cambios se trata, lo que resulta más a la mano es buscar la intervención de los propios filósofos -el gremio de los principales artífices- en la solución de la problemática planteada.
Sería interesante llegar a contar con un análisis comentado del pensamiento que se ha generado en Guatemala y en Centroamérica en el pasado y lo podemos entender como propio; una guía básica elaborada por conocedores que descubriera con claridad ideas que podrían servir para mostrarnos, como sociedad, que sí se cuenta con importantes faros. Faros que, como no se colocan en escaparate, se ignoran. La sociedad centroamericana carece de elementos concebidos para facilitar la percepción de cómo la filosofía puede ser una rama de auténtico beneficio y utilidad social y cómo, en nuestros países, sí ha habido personajes serios que han reflexionado a profundidad.
No creo que nuestras sociedades estén esperando ni reclamando que la filosofía les ofrezca aportes. Algo que resulta lógico porque no es de conocimiento general en qué consiste la filosofía y, por ello, ignoran el potencial de esta disciplina como agente que puede contribuir de manera efectiva al desarrollo de nuestras naciones.
A mi criterio, en nuestros países se debería orientar la labor de equipos -o “escuelas nacionales de pensamiento” que bien pueden ser informales- orientados a la reflexión profunda y a la construcción de bases para llegar a constituir sociedades funcionales y con propósitos fundados en consideraciones éticas de propia cosecha. Se debe hacer patente, “hacia afuera”, que la generación filosófica sí puede aportar. Y de manera trascendente.