Edmundo Enrique Vásquez Paz
Además del señalamiento crítico de las manifestaciones concretas que ha tenido y sigue teniendo el fenómeno de la cooptación de la institucionalidad nacional para efectos de estar al servicio de la corrupción y del crimen organizado, es conveniente reflexionar sobre los “nidos” desde los cuales han prosperado las fuerzas que han logrado este actual estado de calamidad en el cual no encontramos.
Algunas personas opinan que es iluso pensar que el encuentro de una solución pueda ser vía la conquista del Poder Ejecutivo, puesto que el aparato que las fuerzas de la corrupción han logrado construir no permitiría jamás una gestión correctiva en el sentido que la situación demanda. Piénsese, solamente, en lo que podrían contribuir al fracaso de un proyecto de esta índole todas las instituciones ya cooptadas trabajando al unísono: las Cortes (la Suprema y, por supuesto, la CC), el Ministerio Público, el Tribunal Supremo Electoral, la Contraloría General de Cuentas y hasta instituciones como la mayoría de las municipalidades del país, la universidad nacional, los sindicatos de empleados públicos, las cámaras empresariales.
Yo pienso que, si bien es correcto considerar lo anterior, es necesario reflexionar sobre causas más profundas; que las hay muchas. A continuación, elaboro alrededor de una de ellas.
La opción civilizada exige que cualquier cambio que se persiga en el rumbo de un país, se realice empleando el “andamiaje democrático con el que se cuenta”. Pero, en Guatemala nos encontramos encerrados en una verdadera Trampa. Relativamente sencilla, pero que es menester llegar a desmenuzarla para entenderla y reflexionar sobre medidas a tomar.
La Trampa está dada por un espectacular malabarismo que ha permeado nuestra razón vía la instalación de una serie de paradojas que nos mantiene obnubilados y nos impiden discernir. Un impedimento que se da porque, en una ya larga y constante campaña, se nos ha llegado a convencer que con cualquier duda o crítica al estatus quo, por mínima que sea, se están desafiando cuestiones que son sagradas, producto de autos de fe. Y, por ello, nos negamos a afrontarlas; “nos sentimos en región tabú”. Y no es para menos en un ambiente siempre saturado de inquisidores encargados de calificar a los desafectos con apelativos de subversión y apostasía –aunque apenas entiendan de lo que realmente hablan– y amenazas directas o soslayadas.
Un aspecto de la Trampa está dado por el ya santificado dogma de no creer en más vehículos para el cambio que en los partidos políticos y en los políticos (aunque, sin tomar en cuenta su concepto original y lo que han llegado a ser). No se puede negar que, en la actualidad los partidos políticos son auténticos cascarones hueros en los que no se puede confiar. Cascarones promovidos y auspiciados por personajes que, en su mayoría, se mercadean como políticos, aunque sin serlo. Se ha vaciado de contenido el concepto de partido político así como la comprensión de lo que es el oficio real de político. Tanto es así, que hemos llegado al extremo de apenas percatarnos que ya no contamos con ellos.
No es serio pensar que son esos partidos políticos apañados (abrigados o protegidos) por la labor de un Tribunal Supremo Electoral que ya de larga data viene obedeciendo a una agenda establecida por los propios partidos (¿“los perros cuidando las salchichas”?) para cobijarlos a casi todos como los actores que legitiman las vergonzosas contiendas electorales que se montan.
En este panorama, una de las principales preguntas que nos debemos hacer es si resulta razonable seguir pensando que nuestra lamentable situación político-institucional es asunto cuyo tratamiento y solución lo debamos dejar en las manos de esos partidos políticos y de esos tantos políticos añejos que ya conocemos y las de todos los nuevos que se atreven a engrosar filas pensando que, con lograr su inscripción como tales alcanzan el estatus. Se quiere repetir la gastada fórmula de que, aunque sea comprado, un título te convierte en médico o abogado, olvidando las categorías de matasanos o de güizachines en las que se cae y son las figuras que se encargan de malograr el lugar… No se nos debe olvidar que son y han sido los partidos políticos y los cuadros dirigenciales de este tinte, los que han plagado el Congreso y los gobiernos municipales con todos los personajes a los que le les debe adscribir la responsabilidad de la debacle. ¿Podemos seguir cayendo de babosos?
Vistas así las cosas, pienso que el instrumental que formalmente existe para que funcione la democracia, apenas llegará a servir cuando la ciudadanía sepa utilizarlo. Esto es, cuando haya adquirido suficiente conciencia ciudadana y haya llegado a saber articularse políticamente. Algo en lo que hay que trabajar con empeño aunque sus frutos demoren buenos lustros.
No obstante y por de pronto –tampoco es cuestión de darle tiempo al tiempo– lo que queda es abogar por que la ciudadanía que sí está organizada confluya hacia la formación de un Frente Cívico y que éste sepa ampararse en un partido político que: a) se preste como vehículo para que este Frente pueda participar en ley en una contienda electoral; b) ceda a este Frente la potestad de definir su orientación (plataforma mínima y correspondiente programa de gobierno); y c) -SUMAMENTE IMPORTANTE- le ceda a ese Frente la absoluta independencia y potestad para que sea el que determine quiénes serán sus candidatos para los puestos de elección popular.
Uno de los grandes desafíos que se nos plantea en la actualidad para demostrar la necesidad de fortalecer la primera de las vías, consistirá en saber desenmascarar tanto a los partidos (enterándonos de que no tienen ni ideologías ni programas –lo que los descalifica para cualquier tentativa de conformación de alianzas inter partidarias–) como a los que se lucen con tacuche de político sin tener ni la más leve idea de lo que eso es ni, por supuesto, los dones y las destrezas que ese oficio demandan. Es una tarea en la cual una prensa independiente y seria podría contribuir de manera importante…; si les interesa.
Algunos plantean que se ha llegado al hartazgo. Otros, lo dudan. Lo que no pareciera ser sujeto de discusión es que el gran valladar a superar consiste en vencer esa apatía y ese desamor por el propio futuro que demuestra la ciudadanía (de la que somos parte). Si la ciudadanía no mueve un dedo ni alza su voz para expresar su rechazo, no tiene ningún sentido desenmascarar a nadie. Esa apatía seguirá siendo, así como lo expresa Oscar Clemente Marroquín, “el ingrediente más importante que opera a favor de quienes han diseñado un bien trazado plan que les garantiza la posibilidad de continuar con el saqueo de los recursos nacionales sin que haya ninguna consecuencia penal y que, en el peor de los casos, lo único que se pueden perder es la visa norteamericana que ahora muchos ven de todos modos con desprecio”.