Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera

Subversivo, inconformista, revolucionario -en el más alto sentido de estos términos- así era Paz.

Cuestionador poético del mundo, insensato alborotador de la sociedad opulenta. Protector y defensor de las sustancias sagradas en que el poeta se sume para encontrar el túnel más oscuro de sus ardientes desgarrones. Octavio Paz, contradictorio. Alguna vez señalado por las izquierdas y ayer denunciante vigoroso de estudiantil masacre (consumada por Echeverría) en Tlatelolco.

El espléndido magisterio de subversión que en sus mejores épocas ejerciera Paz, lo recibimos los entonces revoltosos jóvenes de los años 60. Jóvenes que nos hacíamos y formábamos de la mano amotinada de Herbert Marcuse (entorno a quien hice mi tesis de Filosofía y Letras) pidiendo la cabeza del sistema al lado de Marx y Mao, es decir: la pequeña pero indestructible cabeza del general de Gaulle.

El Premio Nobel de Paz me trajo rojos recuerdos. Rojos por la izquierda cuestionadora (de todo) en la que yo solo (sin camarilla, sólo la poetisa) individual y nihilistamente me inscribía, porque Paz ha sido también revolucionario en el campo del rojo dios, de Eros, que aprendió a adorar en el Dioniso de Schopenhauer y de Nietzsche y en los asombrosos descubrimientos o desnudamientos de D.A.F. Sade, de Isidoro Ducasse y Charles Baudelaire. Por eso nunca he de olvidar el poema de Paz al Marqués, en el que sedicioso y alborotador le dice:

No te has desvanecido

Las letras de tu nombre son todavía una cicatriz que no se cierra.
Un tatuaje de infamia sobre ciertas frentes.

Recordar a Octavio Paz (sacando por casualidad un libro suyo en mi biblioteca) rojos recuerdos para señalar que también ocupó un lugar pontifical, de adalid entre nosotros los jóvenes de mayo del 68 (o debo decir sólo dentro de mí) entre los que entendíamos –cuestionados por casi todos- que la subversión no podía ser sólo la de la famosa guerrilla (hoy cadavérica) que la subversión y el detonador y la asonada es un acto integral y totalizador y articulado contra todos los principios del sistema fracasado (la sociedad capitalista y opulenta para unos pocos millonarios de miles y miles de millones en dólares) y asimismo contra el reducto de las cadenas stalinianas aún presentes en Corea del Norte, en China, en Cuba y en Venezuela, por no hacer más larga la lista.

En el espléndido magisterio de Paz yo aprendí que la roja subversión es integral-global. Aprendí también y por lo mismo que se debe protestar ante el autócrata (fascista o comunista) y que se puede y se debe admirar a Sade, a Verlaine o a Cernuda o quizá a Rimbaud sin rubor, más bien con orgullo porque se ha podido ver sin hipocresía –pero con coraje- las dos caras de la condición humana “Águila o Sol” y en esta visión valiente y acaso perturbadora obtener a pulso –dignamente ganado- “Libertad bajo palabra”.

¡Cuánta soledad y a la vez compañía interior por ver la subversión como la entendieron Paz o Cernuda! Cuánta soledad en mis finales de los 70 bajo la sombra iluminada de Marcuse y acompañada del policromo mundo de Paz donde no hubo sólo blanco o negro –como en el mundo de los arrogantes imbéciles- sino ¡rojo! Claveles en alto por la libertad política y de expresión, pero también por el amor y la imaginación que, sobre la cabeza del superhombre, ascenderá al poder.

Tiempo que ha corrido sobre mi memoria y sobre mi piel que pese a las arrugas aún conserva juventud para ver que, entre la realidad y el deseo, triunfa la palabra sin la que el hombre descenderá a la bestia. La palabra impresa y no la fantasmal de las siniestras redes sociales; porque -aunque mi vida es vieja- no vive en el pasado, sino espera.

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