Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

Nadie escogió venir a este mundo. Ni siquiera nos dimos cuenta de nuestros primeros respiros. En ese momento crucial se inició la gran experiencia de nuestro paso por este mundo y desde entonces todos queremos tener la mejor existencia posible. La más agradable, la más placentera, la más feliz; en todo caso la que más se acomode a nuestras aspiraciones. Descubrimos las fortalezas y las debilidades con los que el destino nos dotó. Se incluyen en los activos aspectos puramente personales como la inteligencia, la personalidad, el aspecto físico, la constitución corporal, como también cuestiones del entorno.

Quien haya nacido en cuna de oro aprovechará esos dineros para aumentar la riqueza que hereda; invertirá en la empresa familiar o montará su propio negocio. O simplemente se decantará por los lujos y la buena vida. La inteligencia de los aptos pronto despuntará y desde pequeños procurarán “monetizar” sus habilidades y aún siendo de pocos recursos irán escalando con sus ideas. Son proverbiales las herencias de Rockefeller, Rothschild, Morgan, Ford, etc. como también los casos de Bill Gates, Steve Jobs, Elon Musk, Bezos, entre una privilegiada lista. Los buenos deportistas sacarán jugo de sus habilidades; tratarán de obtener jugosos contratos, al estilo Messi, Ronaldo, Tom Brady, LeBron, Nadal, etc.  Los artistas tratarán de redituar sus habilidades y vender cuadros por millones. Los literatos querrán vender sus obras para generar ingresos. En fin, todos tratamos de sacar el mayor provecho de nuestras posibilidades y circunstancias.

Pero Guatemala no es un país de oportunidades. Los ricos mantienen el patrimonio que han heredado (por aquello de que “pisto llama pisto”). Pero los demás deben abrirse brecha con su propio machete. Todo empieza con una buena educación; mejor si culmina en la universidad. La mayoría de la población se acomoda a un empleo en la iniciativa privada con cuyo salario puede salir adelante; calcula laborar durante su vida útil y luego, sobrevivir de los ahorros o programas previsionales (el IGSS, por ejemplo) cubran las cuotas de su jubilación. Otros emprenderán un negocio propio (micro o medianos empresarios) o serán autónomos (economía informal se les llama aquí). Como las ofertas de empleo acorde a las cualidades no son muchas y en algunos casos son puestos exigentes, muchos procuran un hueso en el Estado.

Entra en escena el político profesional. Aquel personaje que, por lo general, ha fracasado en otras actividades porque simplemente no destaca con sus limitadas habilidades naturales y que encuentra acomodo en el oscuro mundillo político. Allí podrá desplegar “sus habilidades”, su inclinación lisonjera, genuflexa; sus reducidos escrúpulos. Se sentirá en su salsa con las promesas falsas, los cambios “de camiseta”. La imprecisión de ideología será compartida con sus correligionarios de turno. Un microclima donde los amigos son de mentiras y los enemigos son de verdad. Donde las lealtades son de cartón y poco valor tiene la palabra empeñada. Es claro que hay excepciones, esto es, individuos que van bien en sus asuntos particulares, pero deciden entrar al juego de los políticos y al hacerlo, adoptan sus particulares y oscuras reglas.

Y es que los políticos pugnan por manejar los negocios del Estado. Controlan los presupuestos de las diferentes entidades gubernamentales, lo que significa muchísimo dinero. Es una gran merienda donde alcanza para los de la foto. Prueba de ello son políticos, sin oficio conocido, que han venido medrando por décadas a la sombra de los negocios que se pueden ordeñar. Licitaciones sobrevaloradas y obras mal ejecutadas; compras indiscriminadas e innecesarias; plazas fantasma o nombramientos discrecionales. Dietas y viáticos desproporcionados. A todo esto, una pésima administración de las cosas públicas (salud, educación, infraestructura, seguridad ciudadana y jurídica, recreación y deporte, medio ambiente, etc.).

Ojalá que en esta época de la información abierta, emerja de esa juventud una nueva generación de políticos que venga construida con materiales más nobles.

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