La influencia de Estados Unidos en nuestros países se refleja en muchos sentidos y uno de ellos es la forma en que se celebran ciertas fechas especiales. Desde hace ya varios años, en Guatemala el Día de Acción de Gracias, Thanksgiving Day, se ha ido convirtiendo en una fecha especial para muchas familias que imitan el festejo con reuniones familiares alrededor de una sabrosa cena, repitiendo la celebración que en el Norte es tan popular como la Navidad. Esta fiesta se instituyó para darle gracias a Dios por la cosecha del año anterior, justo antes del inicio de la temporada de invierno en la que cesaba la tarea agrícola que en aquellos lejanos años, del siglo XVII, era el eje de toda la actividad económica.
Muchas veces imitamos las formas pero sin tomar en cuenta la esencia y lo fundamental de un festejo. La intención de los colonos de Plymouth, en Massachusetts, era precisamente reunirse para dar gracias a Dios por lo recibido y pedir bendiciones y protección para el año próximo. Con el correr del tiempo el festejo adquirió un sentido más social que religioso y ahora marca el inicio de la temporada de compras para la ya cercana fiesta de la Navidad, pero alrededor de la mesa, antes de ingerir los alimentos, los norteamericanos siguen con la tradición de darle gracias al Señor.
Así como importamos la figura del Santa Claus, que es inseparable ya de los festejos navideños, poco a poco la fiesta de Acción de Gracias se ha ido abriendo espacio en muchos estratos de nuestra sociedad, lo cual no tiene nada de malo porque, al fin y al cabo, estamos imitando una tradición sana y encomiable que no solo permite a las familias reunirse, especialmente en Estados Unidos donde la dispersión es una característica de la vida, sino también tomar un momento para pensar en lo bueno y lo malo que pueda haber ocurrido en los últimos doce meses.
Todos, absolutamente todos, tenemos algo que agradecer al Ser Supremo por el simple hecho de disponer de la vida y aunque suframos reveses, dificultades y hasta golpes irreparables, siempre queda algo que nos fortalece e inspira para ver hacia el futuro. Algo que nos compromete a ser mejores, a asumir roles más activos para enfrentar las lacras que nos perjudican o afectan a nosotros y nuestras familias. Oraciones sin acciones no son relevantes y eso es lo que se demanda siempre de nosotros. Dar gracias a Dios pero con la determinación de ser agentes en la construcción de un orden distinto.