Como un supuesto líder conservador y promotor de valores de defensa de la vida y de la familia, Alejandro Giammattei fue invitado a México a participar en un evento Conservador para sostener que nuestro país está siendo acosado internacionalmente porque su gobierno es contrario al aborto, lo que, según él, explica por qué hasta inversionistas de la minería que operan en Guatemala reciben castigos de la Ley Magnitsky, simplemente por andar regalando alfombras.
Pero atendiendo al meollo de la cuestión, hay que decir que su gobierno no defiende ni a la familia ni la vida y que se trata simplemente de una postura propagandística para recibir el sólido impulso de grupos religiosos, incluyendo a la jerarquía católica de Guatemala, que con hipocresía absoluta pasan por alto la realidad existente respecto a esos dos temas. No puede defender la vida quien, teniendo el poder, no mueve un dedo para combatir la desnutrición que afecta a uno de cada dos niños en Guatemala, provocando la muerte de varios de ellos y marcando al resto para toda su existencia con limitaciones producto de esa falta de alimentos.
No puede defender a la vida quien no le pone atención a la formación de nuestra niñez y juventud, porque su única preocupación es quedar bien con un sindicato de maestros que le sirve de colchón político, condenando a miles a esa falta de oportunidades que los echa en brazos de las violentas pandillas que se benefician con tanto joven carente de todo.
Y sin entrar en detalles de la vida personal de nadie, no se puede defender a la familia en un país que ha condenado a más de dos millones de sus habitantes a tener que dejar a sus hijos y cónyuges para irse al extranjero a tratar de ganar el sustento diario. ¿Cómo puede llenarse la boca hablando de protección a la familia un gobierno dedicado casi al cien por ciento a la corrupción que no invierte ni un centavo en el desarrollo humano porque todo se va en sobornos y latrocinio?
Por supuesto que es importante defender a la familia y tiene que ser una política de Estado, pero obras son amores y no buenas razones. Por supuesto que debe haber libertad religiosa, pero no solo para que el Congreso legisle exonerando de impuestos a pastores que se bañan en dinero con diezmos que usan para vivir a cuerpo de rey y algunos hasta para convivir con narcos.
El discurso pro familia, provida y pro libertad religiosa en Guatemala es, como todo lo que hace el oficialismo, una farsa para encubrir la corrupción.