Ayer de manera formal, el Juez Miguel Ángel Gálvez notificó su renuncia al cargo, informando que pasa a engrosar la ya larga lista de operadores de justicia que, por luchar contra la corrupción, han tenido que acogerse al asilo, exilándose en el extranjero para evitar el atropello autoritario de la dictadura que tomó control de todas las instituciones de Guatemala. No tenía otra salida, por más que la decisión haya sido muy difícil, sobre todo tomando en cuenta el impacto que eso tiene para toda su familia, que queda corriendo mucho riesgo porque este funesto y represivo aparato no anda viendo quién las debe sino quién las paga.
La vida en el exilio no es ninguna panacea ni se equipara con los viajes turísticos y de placer. Por el contrario, no solo demanda ir a realizar trabajos distintos para ganarse la vida, sino que trae ese despojo tremendo de lo que es la vida cotidiana y las relaciones de familia. En La Hora sabemos exactamente el significado del exilio por vivencias muy duras sufridas en carne propia y es algo que no se le desea a nadie porque, lo sabemos, cuesta mucho ese desprendimiento no solo del terruño sino de los seres queridos que no pueden acompañar a la víctima del acoso, pero la dignidad no deja otro camino.
Desde que se presentó la espuria acción contra Gálvez entendimos que esto tendría que pasar porque no había forma de que pudiera ejercitarse una legítima defensa para hacer prevalecer el derecho. La forma burda en que se desarrolló la última audiencia, a puerta cerrada y absoluto secreto, como que se hubieran reinstalado los Tribunales de Fuero Especial, tan del gusto de los acusadores de Gálvez, fue una demostración de que no iban siquiera a guardar las formas y que el proceso era una fantochada porque lo que buscaban era encarcelar al Juez.
Estados Unidos, país que se ha dado cuenta de la cooptación del Estado imperante en Guatemala, aunque la desmienta cualquier Embajador, sabe que no hay independencia de poderes y seguramente que el Juez Gálvez podrá encontrar asilo, sumándose a la ya larga lista de los que gozan de esa protección. Pero, repetimos, la vida en el exilio es un auténtico drama que no se le desea a nadie, aunque se está convirtiendo, como en los tiempos de Estrada Cabrera y Ubico, en la única salida y salvaguarda para quienes no aceptan esa absurda e insolente dominación que acaba por completo con elementales normas de convivencia y destruye el Estado de Derecho.