Eduardo Blandón
El optimismo de la actual administración del Estado se funda en circunstancias geopolíticas que les permite operar sin fricciones. La situación favorece ampliar sus tentáculos con sentimientos de omnipotencia, animados principalmente por la pasividad ciudadana que no ha solido ser demasiada protagonista de su historia.
Ese estímulo funciona como narcótico generador de falsas convicciones: la certidumbre de que siempre las cosas serán así. Acostumbrados a los vientos, los políticos afirman la permanencia. Así, empiezan a descuidar las formas accionando desde la más perversa impunidad aderezada con las exigencias de sus caprichos.
Por ello es por lo que aparecen fanfarrones, seguros en su invencibilidad. Ha sido la regla, les sucedió en el pasado a Somoza y Trujillo, a Stroessner y Duvalier, y más recientemente a Gadafi y Mubarak. El estado fantasioso se produce también por los falsos halagos, la zalamería cotidiana que dulcifica al tirano en un ecosistema alejado de la realidad.
En medio de todo, sin embargo, se va anidando, por efecto del devenir de la vida, la antítesis que gobierna igualmente la política. Su aparecimiento convulsiona y trastoca. Afecta las bases del sistema. Son esos terremotos, a veces violentos, los que llenan de esperanza con la huida de los corruptos. Esos que no vieron ni se enteraron de su fin.
Porque eso caracteriza a los delincuentes, los de cuello blanco y pseudo políticos, el desconocimiento de la historia, la inmoralidad expresada en conductas retorcidas. No es otro nuestro infortunio: ser testigos de la decadencia del país a causa de los bribones que conspiran contra la vida. El dilatarse de la maldad que se burla y se solaza en la más absoluta impunidad.
Muy pronto, empero, esa sonrisa cambiará. La gestación, ahora imposible, dará su fruto. Mientras se aligera, preparemos las ideas y proyectemos lo alterno. Optemos por la justicia como principio de acción. Evitemos el odio, permitiendo el diálogo desde el reconocimiento mutuo. Una nueva moral debe anidar nuestros actos, esa que nos abra a la ternura, el bienestar y la vida plena.
La revancha no es opción. La revolución solo se producirá desde una narrativa diferente. Alejados del egoísmo, el consumismo y el discurso neoliberal. Consiste en apostar por normas inclusivas que ofrezca oportunidades. Un liderazgo generador de riqueza para el disfrute de todos. Cambio de reglas, sí, que sustituya el discurso de lo mismo, según la lógica acostumbrada.