El 6 de septiembre los guatemaltecos deberemos hacer la que seguramente será la más importante de las elecciones que como ciudadanos podamos hacer. Será realmente día de elección y eso amerita, como ocurre en el día de comicios en todo el mundo democrático, una profunda meditación sabiendo que el futuro del país está en nuestras manos.

Podemos ir a votar por alguno de los candidatos y para el efecto hay dos formas de hacerlo. Votar por quien nos acarreó, por quien nos dio bolsas de comida o cachuchas del partido o hacerlo por quien, tras un profundo análisis, nos parece que es quien hizo la mejor propuesta, la más seria, creíble y ejecutable. Si usted encuentra alguien así, cuéntelo a los cuatro vientos porque sin duda es usted un privilegiado que pudo detectar lo más oculto, lo que nadie vio, es decir, al político guatemalteco fuera de serie que está listo para servir y que no tiene compromiso con la corrupción, ni con financistas, ni con dinosaurios del pasado, que impidió que en sus listas de diputados o alcaldes aparecieran algunos fósiles.

La otra elección que tenemos es la de no consagrar este sistema que no es democrático y que es un reducto de los corruptos y los saqueadores del país. Parece ser la elección más cómoda porque simplemente nos manda a quedarnos en nuestra casa para ver, por la noche, cómo el sistema se desmorona por la ausencia de una participación ciudadana que le dé legitimidad a esa pistocracia en que se convirtió nuestra cacareada democracia. Más que el voto nulo, más que el voto en blanco, la abstención resultado de nuestro repudio a un sistema que no nos permite elegir porque no hay dónde hacerlo, es lo que puede hacer colapsar el modelo.
Porque elección, en sentido estricto, significa que el ciudadano puede conocer a fondo la propuesta y que tiene dónde escoger entre los aspirantes porque debe haber, al menos, uno que reúna condiciones de honestidad, idoneidad y capacidad que le hagan merecedor de pedir nuestro voto. Todos los candidatos son producto de “partidos” donde las decisiones no fueron democráticas sino amañadas. Producto de “partidos” que tienen dueño y que responden a financistas y no a las “bases” que son apenas un requisito legal pero no el alma o columna vertebral de la organización política.

Así las cosas, nuestra única elección, la verdadera elección es clara. Si vamos a las urnas legitimamos este sistema de pacotilla y a sus actores, los políticos que buscan el voto. Si repudiamos el sistema, nuestra elección consciente es no votar para que sientan nuestro rechazo.

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