El uso de dobles raseros para castigar a los que han luchado contra la corrupción y para exonerar a los sindicados por la misma corrupción es ya una constante, pero en los casos del Juez Miguel Ángel Gálvez y del diputado Jorge García Silva, la Corte Suprema de Justicia se voló la barda sin asomo de vergüenza o rubor alguno. Al primero le denegaron la recusación del pesquisidor simplemente diciendo que la ley no contemplaba ese tipo de impugnación, y horas después le conceden una recusación planteada con el mismo argumento usado por Gálvez, al diputado señalado de un enorme robo en el Insivumeh.
Por supuesto que la duda sobre la objetividad e imparcialidad de un pesquisidor tiene que dar lugar a que se estudie el caso y se decida con base en pruebas que corroboren la recusación. Pero en el caso de Gálvez dijeron que no procedía ese mecanismo de defensa porque no estaba contemplado expresamente en la ley y, sin embargo, en el caso del legislador no titubearon y aceptaron que el encargado de la pesquisa pudiera tener algún sesgo dañino para los intereses del sindicado.
Normalmente, la gente, por perversa que pueda ser, trata de guardar las apariencias y evitar darle color a esa su perversidad, pero cuando se llega a los extremos que tenemos en Guatemala, esa prevención desaparece porque la insolencia se vuelve absoluta y ya nada les importa a los principales actores. No hay mecanismos de control que pesen y aunque Gálvez, por ejemplo, recurriera ante la Corte de Constitucionalidad por el burdo fallo de la CSJ, ya sabemos que allí tampoco tendría amparo alguno porque él está siendo perseguido formalmente por los principales activistas y voceros de la dictadura de la corrupción.
¿Qué más se puede decir sobre el manoseo de la justicia si lo hacen de manera totalmente burda y desvergonzada, a los ojos de la opinión pública? Ya saben que aquí nadie chista, nadie reclama, nadie se inmuta y mucho menos protesta, dejando el camino libre a los que tienen la sartén por el mango y usan su poder con todo descaro para los fines más malévolos que se puedan imaginar.
Hoy es Gálvez el objetivo, pero mañana puede ser cualquiera que, aunque no haga nada contra la corrupción, simplemente le caiga mal a algún jefecito de jefes con pleno poder de decisión, no solo para manejar la justicia sino, además, manosear el proceso electoral decidiendo a quién se inscribe y, también, qué funcionarios son despedidos por no acatar sus lucrativas instrucciones.