Edmundo Enrique Vásquez Paz
En todos los países del mundo ocurre el fenómeno de la existencia de vínculos entre las denominadas élites económicas y los gobiernos. Es algo completamente natural. Y cada uno tiene sus particularidades y su historia, así como un determinado y diferente grado y, consecuentemente, efecto sobre el derivar nacional. Es por esa razón que es necesario que estos sean vínculos transparentes ante la opinión pública y que se inscriban realmente en términos de la conveniencia nacional.
El caso de Guatemala no es la excepción. Y resulta interesante reflexionar al respecto porque, al hacerlo, se revela un fenómeno del cual estamos poco conscientes y que es importante entender. El fenómeno de la falta de identidad; importante, sobre todo al nivel de los grupos que deberían asumir el liderazgo para el desarrollo nacional (básicamente en lo político y en lo económico).
Atribuirle exclusivamente a la auténtica élite económica la afición de amistarse con determinados credos y satanizar otros, es decir una verdad solamente a medias. Existe un numeroso grupo -dado por el conjunto de todas las personas que viven y disfrutan la narcotizante idea de creer que son parte de la élite y que, para proteger lo que creen que son “sus” intereses, actúan como si lo fueran-, cuya naturaleza sería interesante identificar. Si Guatemala fuera una monarquía, ese conjunto de personas constituirían lo que, en ese caso, se debería denominar “la corte” (el conjunto de palaciegos que sirven al rey).
En la práctica, estas personas engrosan de manera artificial el tamaño y el peso del sector al que se le da el nombre (la “élite”) y lo dotan de un volumen que no es real. Algo que sucede, probablemente porque, huérfanos de identidad, esas personas -y hasta familias completas- se sienten parte del grupo, sin realmente serlo. Un fenómeno que, probablemente, solo tenga su parangón con el de las maras. En ese caso, “la organización” deviene en ser un substituto de una familia que sus integrantes no tienen y a quienes esta entidad les brinda calor, protección y sentido de pertenencia.
Esa “amistad” de la élite económica y sus comparsas, con los que gobiernan, no es fenómeno sólo de la actualidad. Es algo que siempre se ha dado en la historia de nuestro país. Y es claro que ha tenido efectos positivos en términos de prebendas -por lo menos- para los que sí son y han sido la verdadera élite económica (y empresarial) del país.
Para vislumbrar ese sentimiento afectivo que se ha dado entre élites y gobiernos, basta con evocar el conjunto de los “simpatizantes” que han tenido nuestros dictadores y sátrapas.
Al proceder a una reflexión neutral -en la medida de lo humanamente posible- sobre el fenómeno dinámico observable, resulta que no se puede dejar de notar cómo, a lo largo de la historia, los “cortesanos” han adolecido de una falta de visión en el proceso del entendimiento de si su papel ha sido el correcto o no. A mi juicio, la valoración que hacen ellos mismos sobre el mérito y el éxito atribuible a la élite (de la que sienten ser parte) no es acertada. Olvidan observarse a sí mismos como un actor con energía propia y evaluar su hipotética situación como “sin haber cumplido la función de cortesanos” o haberse podido desempeñar en un escenario sin obstáculos ni trampas. Olvidan juzgar si su rol de acompañar de manera incondicional a la élite no ha sido, talvez, un acompañamiento hacia su propio sepulcro como grupo con dinámica y capacidad de ser gestor del desarrollo nacional.
Visto desde afuera, en principio, es un problema derivado de la falta de identidad de los cortesanos; de falta de amor propio y de conciencia del grupo social y económico al que efectivamente pertenecen.
Derivado de esa alucinación de creerse ricos y pertenecientes a la élite económica, no se percatan de varios asuntos verdaderamente importantes.
Uno de ellos, consiste en ignorar que la élite empresarial nacional, objetivamente, no ha sabido jugar con seriedad y profesionalismo el papel que se podría esperar de ella como la encargada de ejercer el liderazgo para hacer del país un ejemplo de economía exitosa vía la existencia de un empresariado serio, responsable y consciente. Asunto éste que viene al caso mencionar ahora que se compara a Guatemala con Haití y resulta que en lo único en que se está mejor es en los índices macroeconómicos; índices que no reflejan de manera fidedigna el grado de desarrollo ni el progreso del país como tal.
Debe aceptarse que los líderes del sector empresarial nacional no han sabido ejercer como tales a nivel nacional, distraídos exclusivamente en perseguir sus particulares y privados intereses. Su cúpula debe saber practicar lo consecuente para que el país se desarrolle a partir de la construcción de un empresariado serio, conocedor del arte del emprendedurismo, competente y exitoso.
La lógica que se suele “vender”, consistente en enfatizar que la iniciativa privada nacional es un “sector sufrido” que apenas sobrevive en un escenario que le es adverso porque el Estado (¿) no lo entiende y no facilita su afianzamiento, es difícil de creer. Sobre todo, si se comprende que, históricamente, la verdadera élite económica nacional ha sido “amiga” de todos los gobiernos y que, por ejemplo, si se escudriña un poco, la mayoría de los ministros de economía y de finanzas, incluso desde antes de lo que se denomina “la apertura democrática”, 1985, han sido a sugerencia y beneplácito de la élite que se pretende.
El acerto o aseveración de que la actuación de los gobiernos que han estado en ejercicio haya sido un obstáculo para la evolución del empresariado nacional, no significa que hayan sido obstáculos reales para la verdadera élite económica y empresarial del país. Es necesario distinguir y no confundir entre la una y la otra. Se debería profundizar el análisis sobre el porqué de las limitantes que han impedido el despegue de todo el conjunto de emprendedores nacionales, sus causas y causantes y cómo, a la par, se da la situación de auténtico arrellanarse en la que se ha permitido vivir la verdadera, y limitada, élite económica/empresarial del país.
Juan Alberto Fuentes Knight, en su obra La Economía Atrapada (2022), realiza una potente incursión analítica en el sentido del esclarecimiento de algunos aspectos de lo anterior. Su análisis, seguramente inaugurará una nueva forma de entender la dinámica del desarrollo del país y encauzará reflexiones desde el ámbito político que son necesarias para orientarlo en la dirección correcta.
A mi entender y de manera sintética, la tesis de Fuentes Knight en el tema al que me refiero, apunta a que la energía contenida en el emprendedurismo nacional que existe y ha existido en el país, se encuentra atrapada y no ha podido prosperar en un sistema diseñado para la satisfacción y la comodidad de un sector que es pequeño y que no demuestra reales habilidades empresariales como sector o gremio; lo que manifiesta con su intolerancia a cualquier tipo de competencia a sus propios y exclusivos intereses. Juan Alberto Fuentes lo explica como el insano mecanismo orientado a no permitir esa destrucción creativa que la teoría presenta como el mecanismo que se debería dar en las economías de efectiva libre competencia.