Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Cuando se destapó el caso La Línea muy poca gente, fuera de los abogados litigantes, había oído hablar del juez Miguel Ángel Gálvez, pero sus ponderadas actuaciones de inmediato lo convirtieron en una figura respetable dentro del escenario nacional, tan golpeado por ese descubrimiento de lo profundo y burdo de la corrupción extendida por el país. Cuando se le escuchaba intervenir en ese y los otros procesos iniciados por ese saqueo inmisericorde del erario, dejaba clara su posición de juzgador imparcial y objetivo.

Eran aquellos momentos cuando ciudadanos de todos los estratos y ámbitos se hacían presentes en la Plaza Central para respaldar la lucha contra las pandillas enquistadas en muchas instituciones del Estado.  Y todos sentíamos profundo asco al ir conociendo detalles de los robos descarados cometidos tanto en las aduanas (podridas desde siempre) como en inventos quiméricos del tipo de la “agüita mágica” para el lago de Amatitlán, no digamos sobornos como el de TCQ.

Cuando debía tomar una resolución, la explicaba de manera ponderada para información de una ciudadanía no acostumbrada a ver en el banquillo de los acusados a los principales actores políticos. Nada más y nada menos que el Presidente y la Vicepresidenta de la República llegaban esposados (con esposas, pues) a los tribunales, antes de poner de moda el uso de ese cabestrillo tan común luego en Torres, Sinibaldi y Baldizón, para citar apenas los casos más emblemáticos.

Pero de la noche a la mañana todo cambió. La lucha contra la corrupción aplaudida frenéticamente por tanta gente honorable, afectó a tantos y tan poderosos personajes que se hizo necesario diseñar una estrategia para acabar no solo con ese avance judicial, sino con la CICIG, el MP y los jueces encargados de conocer tales procesos. Alguien tuvo el brillante chispazo de revivir la confrontación ideológica de los años cincuenta, pero elevada a la categoría de polarización, y fue así como Gálvez pasó al bando de los más criticados, de los odiados por esa facción de fuerza impresionante, capaz de pintar como santos a los corruptos y como demonios a los que, con decencia, la combatían.

Hoy es abiertamente vilipendiado y acusado de los más variados delitos, pues se persigue cumplir con la promesa públicamente hecha de verlo tras las rejas. Y todo el aparato alineado con la estrategia polarizadora para alentar más corrupción e impunidad, trabaja eficientemente en el esfuerzo por castigarlo con todo el peso de la ley aplicada injustamente, paradoja inaceptable en el mundo de la decencia, pero totalmente normal en este desbarajuste nuestro.

En el fin de semana, otro personaje odiado por los mismos comprometidos con la promesa de encarcelar a Gálvez, el Cardenal Ramazzini, pidió oraciones para dar fortaleza y protección al otrora unánimemente admirado juez que cayó en desgracia por proceder conforme a derecho en un estado donde ese proceder resulta aberrante y despreciable. Ramazzini y Gálvez son tachados como comunistas empeñados en la “destrucción de Guatemala”, como si esa destrucción no estuviera ya en marcha y se reflejara no solo en los grandes hundimientos sino en nuestras maltrechas carreteras, ejemplo visible y doloroso del efecto de la corrupción.

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