Fernando Mollinedo C.
De hecho, se iniciaron las alegres elecciones, ya estamos en campaña, no lo dude; principiaron las semanas de algarabía política, uno circula por cualquier parte del país y se encuentra con el folclor de esos candidatos que, a falta de propuestas serias para solucionar conflictos sociales, bailan, besan niños, abrazan a los ancianos, se toman fotos con los trabajadores y amas de casa en los mercados, es decir, le hacen de todo para que los votantes los conozcan.
Los candidatos besuqueadores, esos que a la menor provocación se ponen una pelotita roja en la nariz para repartir sus volantes y decir que regalan felicidad a los niños que los observan; poniendo cara de bondadosos, aunque unos segundos después vuelvan a su ególatra personalidad.
Están los que gustan de las artes y oficios, sí ven al señor que vende helados le piden de inmediato que les den la oportunidad de ponerse el gorro o sombrero y vender los heladitos para que les tomen la foto; son infaltables los panaderos que se ponen junto al pan para hablar del oficio.
Los candidatos quieren caminar lo menos posible, y prefieren dar sus shows o espectáculos como la vía corta para vender sus propuestas políticas, las cuales están muy lejos de conectar con las necesidades y esperanzas de solución a las que aspira la ciudadanía y en general la población. La sorpresa no es ver a personajes y no candidatos, sino ver las caracterizaciones que rayan en la ridiculez.
Algunas de las mujeres que buscan la reelección en los puestos muestran lo único que tienen, pues no tienen más; otras dan la apariencia de benefactoras de la comunidad regalando maíz, ollas y gabachas de cocina, sin decir que por las noches hacen sus compras en supermercados, pero al otro día aparecen muy naturales y casuales comprando frutas y verduras en los puestos de los mercados de los pueblos, incluso para identificarse con la población femenina.
Están las fanáticas del maíz que se sientan en el puesto de la venta de tortillas o se meten a las tortillerías para despachar, pero no para echar las tortillas porque se les queman las manos. Otras eligen aparecer disfrazadas, es decir, vestidas con los trajes autóctonos sofisticados, collares, blusas tejidas a mano y hasta sandalias (no ginas) según ellas, como símbolo de identificación, pero que en verdad lo único que hacen es exaltar una burda simulación e hipocresía.
Las hay también, aquellas que en sus reuniones se inspiran y declaman poesías para proyectar una cultura refinada y amplia y quedarse en el imaginario electoral como un crisol de buena actriz, pero que la población la señala como mala candidata.
En ambos casos, las propuestas de sus plataformas de campaña, es decir, sus plataformas ideológicas brillan por su ausencia, una vez que dan mayor importancia a los anuncios publicitarios, el disfraz y los bailes chuscos. Son contados quienes están en un intenso trabajo que sin tanto ruido están haciendo lo propio con los ciudadanos que los ven de forma constante en las calles, colonias y barrios populares.
El tiempo se va demasiado rápido, la ciudadanía ya no cree en el show de mirar a los candidatos como los iluminados que lo pueden todo; en caso vayan a votar, en gran parte del interior del país será como el pago de factura por los obsequios recibidos, aunque sea sólo una playera, un azadón, gorras, sombreros, gallinas, láminas y artículos de consumo diario.
En las ciudades, otra vez, la población votante creerá en las propuestas vagas, que no se pueden cumplir pero que, en un arranque de falsa conciencia de clase, se le otorgará el voto al candidato como quien hubiera aspirado y quisiera ser. En fin, ya están muy cerca las alegres elecciones.