Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

Las muchas guerras exigían fondos que el parlamento se negaba a autorizar al rey. Los siempre incómodos súbditos escoceses se rebelaron, rechazando la liturgia anglicana que Carlos impulsaba, pues en Escocia la gran mayoría de la población era presbiteriana; fue menester armar un ejército para someterlos. En suelo británico había entonces fricciones entre 5 grupos religiosos: los anglicanos que era la oficial y que estableció Enrique VIII; los católicos que eran perseguidos; los presbiterianos de Juan Knox en Escocia; los calvinistas que seguían la línea doctrinal del ginebrino Juan Calvino y los grupos puritanos de orientación calvinista pero que mantenían sus propias asambleas de culto y de los que por ser también acosados muchos optaron por emigrar a América.

Urgido de más tributos el rey aceptó que se convocara al parlamento cada tres años y que solo podía disolverse con el beneplácito de la asamblea (y no por el capricho real); se abolieron algunos de los fuertes tributos impuestos unilateralmente por el monarca y también se devolvieron derechos a las corporaciones locales (municipalidades); adicionalmente se ordenó la ejecución de los dos principales consejeros del rey (chivos expiatorios).

Pero tantos cambios provocaron una división entre los parlamentarios: los conservadores, se daban por satisfechos y hasta apenados por haber llevado a su querido rey a esos extremos; y los radicales que consideraban los hechos como un primer paso en procura de más reformas a efecto de que el rey compartiera parte de su poder. Quizá la situación hubiera quedado como una mera diferencia político-ideológica (como las que hoy abundan) a no ser por una nueva guerra interna, esta vez contra los católicos de Irlanda que se rebelaban contra la invasión de protestantes ingleses. Había que formar otro ejército ¿quién lo mandaría, el rey como era la usanza o el parlamento? El rey lo consideró su derecho natural y por lo tanto aprovechó la situación para ordenar la detención de varios líderes parlamentarios radicales. Esta fue la chispa que detonó la bomba; el pueblo de Londres se sublevara en enero de 1642 y estallara así la Guerra Civil. Carlos I tomó decisiones que resultaron contraproducentes y se granjeó la oposición del pueblo: impuestos confiscatorios y sospechosas alianzas con potencias católicas del continente. Por otra parte los rebeldes se infundieron de un sentimiento religioso puritano y contaban con el liderazgo firme de Oliver Cromwell y Thomas Fairfax. Se enfrentaba ahora el ejército real contra el ejército del parlamento. Dentro del movimiento parlamentario fueron surgiendo tendencias cada vez más radicales en lo religioso (brotaron nuevas sectas religiosas como los cuáqueros y los seekers) y en lo ideológico surgieron grupos como los “niveladores” (levelers) que exigían amplias reformas sociales y políticas así como trabajo para todos y más al extremo estaban los “excavadores” (diggers) que no reconocían la propiedad privada (¿quién dice que hasta el siglo XIX se lanzaron estas proclamas?). La guerra duró 6 años, en 1648 fue finalmente vencido el ejército realista y el 20 de enero de 1649 empezó el juicio por alta traición contra Carlos I. Habiendo sido declarado culpable se ordenó su decapitación del monarca en la fría mañana del 29 de enero. Al día siguiente Inglaterra pasaba a ser una “REPÚBLICA” con el nombre de Commonwealth bajo el mando de Oliver Cromwell quien habría de gobernar casi como un rey (hasta disolvió un parlamento en 1653), tuvo el título de Alteza y a su muerte en 1658 fue enterrado en la Abadía de Westminster (poco después habrían de profanar su tumba y esparcieron sus huesos).

Todos estos hechos se dieron casi 150 años antes de la afamada y entonces muy revolucionaria República Francesa. Increíble ¿no? ¿Qué tratamiento darán los monárquicos británicos al Lord Protector Oliver Cromwell? ¿Qué pensará el actual Carlos III de Inglaterra de su antecesor, el primero que llevó ese nombre y que su pueblo ejecutó?

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