Cuando Donald Trump llegó a la Presidencia de Estados Unidos, lo primero que hizo fue hacer que su país abandonara los acuerdos de París respecto al cambio climático, partiendo de la tesis de que no existe esa alteración que, a su juicio, era un invento de la izquierda, fortaleciendo de esa manera su plan para polarizar a la sociedad norteamericana. Y durante cuatro años ese abandono significó anular los compromisos que se habían adquirido para ser parte de un esfuerzo mundial para revertir los efectos de esa forma irracional en que la humanidad se ha comportado frente a todo lo relacionado con la ecología.
Desde la semana pasada se informó de la formación de una depresión tropical en las costas de Venezuela y rápidamente se fue organizando antes de llegar como el huracán Ian a las islas Caimán y su rumbo claramente se marcaba hacia el oeste de Cuba y la costa de Florida en el Golfo de México. Personalmente me preocupaba el rumbo porque dentro del cono de avance de la tormenta estaba Marco Island y se preveía que al llegar a la altura de esa maravillosa isla tendría ya la fuerza de un huracán categoría 4.
Desde que llegamos a esa isla por primera vez, en 1983, nos han tocado los huracanes Andrew de categoría 5 en 1992, Charley con categoría 4 en el 2004, Wilma e Irma, ambos categoría 5 en los años 2005 y 2017 respectivamente. Los destrozos fueron severos en todos esos casos, pero la prevención y el oportuno aviso de las autoridades hizo que no solo fueran pocas las víctimas mortales, sino también que la recuperación fuera rápida. Cientos de casas perdieron sus techos y muchos edificios sufrieron daños, razón por la que esta súbita tormenta generó preocupación por el rumbo que llevaba, aunque todo indicaba que tocaría tierra más al norte, arriba de Fort Myers.
Pero esta tormenta tuvo una notable diferencia con las anteriores. Su lento desplazamiento generó mucho más viento, más lluvia e inundaciones provenientes del mar que llegaron a ser como un verdadero tsunami. Los expertos habían previsto enormes daños si se concretaba esa especie de estancamiento y sus palabras se cumplieron trágicamente. Nunca Florida había sufrido tan severos daños por un huracán, a lo largo de la historia, y lo ocurrido entre Tampa y Marco Island, especialmente en Fort Myers, Sarasota, Charlotte, Lee y Collier fue totalmente devastador.
Se habla de pérdidas por miles de millones de dólares y de una recuperación que tomará años. Islas como Sanibel y Fort Myers Beach quedaron aisladas de tierra firme y los muertos al momento pasan de los cuarenta.
El cambio climático, real y tangible, produce más frecuentes y severas tormentas tanto en el Atlántico como en el Pacífico y Estados Unidos está pagando el efecto de esos cuatro años en que fue sacada del acuerdo global suscrito en París por un terco y obtuso capricho populista de Trump.
Marco Island sufrió la mayor inundación de su historia y serios daños en muchas viviendas y al día de hoy todos sus habitantes siguen sin electricidad por daños en los cables pero, gracias a Dios, no se reportan muertes y nuestros amigos allí están todos a salvo.