Por Juan B. Juárez
No obstante su diversidad temática, la unidad de la obra de Juan Manuel Díaz Puerta viene dada por algo más que el oficio virtuoso y la técnica exigente: una actitud espiritual de apertura hacia todo lo que es humano, cuya captación exacta y su representación precisa son parte de su propia manera de entenderlo y de entenderse a sí mismo como artista y como persona. Así, con esa necesidad en el origen y el destino de su trabajo pudo sortear tempranamente las trampas y facilidades que se derivan del mero talento y enfrentar desafíos existenciales más profundos y significativos que le dan a su obra un carácter trascendente, producto no sólo del autocuestionamiento y la reflexión metódica sino también y al mismo tiempo del esfuerzo tenaz por expresarse sin reservas pero con precisión emotiva e intelectual, evitando las especulaciones gratuitas sobre su quehacer artístico, apegado siempre a las exigencias de la técnica y de las intuiciones sobre el sentido de la obra.
Trabajador incansable, Díaz Puerta persigue con tenacidad matemática y rigor de asceta las vagas intuiciones sobre el sentido de su obra y de su vida. Por un lado, están los cuadros en los que, no obstante sus enormes dimensiones, se hacinan dramáticamente las multitudes que luchan por su vida en un entorno que adivinamos hostil; y también las edificaciones arquitectónicas de diferentes épocas que imponen sus volúmenes tensos y complejos en ciudades reales o soñadas (a veces con un indefinible sentimiento angustia). Son los escenarios de su búsqueda artística y existencial y por eso mismo contienen siempre escondida la pregunta inquietante que ni el realismo más convincente logra responder. Son cuadros complejos y minuciosos, construidos con paciencia infinita, que, incluso los de intención onírica, contienen objetos concretos e impenetrables, que si bien han sido captados fielmente en su forma, permanecen cerrados en su sentido, provocando en el espectador, en un primer momento, una incómoda sensación de no comprender el porqué de esa representación que duplica obsesivamente su entorno más inmediato, incomodidad que se atenúa por la admiración que despierta el virtuosismo técnico del artista.
Por otro lado, están los paisajes que componen esta muestra y que recrean con el mismo rigor técnico y la misma actitud espiritual el trópico guatemalteco, con la diferencia que éstos no rechazan sino que más bien absorben al espectador de una manera igualmente total. Y es que también están motivados por el mismo pathos existencial que esta vez encuentra en la naturaleza no la respuesta a las inquietudes y a las angustias existenciales sino más bien el ilusorio camino de un imposible retorno al origen: una romántica e inevitable tentación para el hombre de nuestro tiempo que necesita aliviarse, así sea imaginariamente, de las desgastantes tensiones en que transcurre la vida en las grandes ciudades, opción poética que se concreta permanente y radicalmente en los cuadros de Díaz Puerta.
Se trata ahora de espacios abiertos, luminosos y resplandecientes que atenúan su intensidad en los contrastes y reflejos de brillos fugaces y transparentes y sombras tenues que se mueven lentamente al ritmo del aire y el agua; de cercanías claras y palpables como la propia existencia, y de horizontes lejanos que ejercen una poderosa atracción y en los que la mirada se pierde en el infinito y todo lo que existe se desvanece sin violencia; de ángulos y perspectivas que se cruzan y compensan en un equilibrio sin tensiones ni contradicciones; de ámbitos inmensos, inabarcables, que lindan con lo infinito, dentro de los cuales la presencia humana es mínima, frágil y consciente del carácter temporal y misterioso de la existencia.
Se trata entonces de paisajes que ostentan también el paradójico realismo de sus obras urbanas y oníricas, de lugares precisos y claramente identificados de la geografía, la naturaleza y la cultura Guatemala, de los cuales Díaz Puerta recrea no sólo sus características físicas sino también el peligroso encanto y el misterioso magnetismo con el que llaman al artista y al espectador abiertos y sensibles, y que como construcciones artísticas son el complemento lógico, poético y psicológico de una estética que a fuerza de permanecer dentro de los límites de lo real logra finalmente trascenderlos.
Visitas “Guatemala al natural”
La exposición de Juan Manuel Díaz Puerta puede ser visitada hasta el 4 agosto, de lunes a viernes de 9:30 a 19:00 horas y sábados de 9:30 a 13:30 horas en La Galería El Túnel, 16 calle 1-01 zona 10 Plaza Obelisco. Teléfonos: 2367 3266 y 2367 3284.