Las élites, tanto políticas como económicas, se sienten cómodas con la situación presente en la que el absoluto control de todas las instituciones del Estado, pero especialmente las relacionadas con la justicia, asegura la comodidad y seguridad de sentirse totalmente protegidos de aquellas investigaciones que han denunciado como maliciosas y que realizaron la comisión de la ONU contra la impunidad y la antigua FECI. Están no solo seguros sino satisfechos porque, además, la maquinaria judicial está operando en contra de todos los que critican esa situación.
Más tarde que temprano, uno a uno se irán dando cuenta de la realidad, especialmente cuando necesiten proteger algún derecho y se topen con que quien comete un crimen en su contra (en asuntos hasta de tránsito) puede disponer de mejores contactos con jueces o investigadores mafiosos que se prestarán a operar en la ausencia de un verdadero régimen de legalidad. El poder de las élites ya no es únicamente de las tradicionales porque hay una nueva, la del crimen organizado, que se ha ido abriendo tantos espacios que está desplazando a las que se sintieron dueñas del país.
Y llegará el momento en que quienes han aplaudido la cooptación de la justicia resientan los efectos de que los juzgadores operen al dictado de las mafias porque tenemos varias que son abiertamente criminales y tienen entre sus planes seguir creciendo, para lo cual invierten mucho dinero, pues necesitan convertirse en “el factor” y no simplemente uno más dentro de los que dictan las reglas de juego.
La lista de a lo que pueden aspirar los narcos, por ejemplo, y de lo que tratarán de despojar a sus competidores en la élite económica, es interminable y no se queda únicamente en cuestiones materiales. Convivir con el crimen organizado es una apuesta muy arriesgada porque a falta de un sistema de justicia capaz de contener las acciones producto de la desmedida ambición, tienen la puerta abierta para lo que se les antoje, sabiendo que tienen más capacidad de comprar a una justicia que se prostituyó al venderse al mejor postor.
Ese mejor postor siempre serán ellos porque disponen de más recursos y, aunque no lo crean, de menos escrúpulos. En el momento que uno de ellos ponga el ojo en algo o alguien de la que ahora es su contraparte en los acuerdos pro impunidad, nada evitará que se puedan salir con la suya y se ha visto en otros países cómo llegan a imponer su ley poniendo de rodillas aún a los que se sintieron siempre los todopoderosos.