Alfonso Mata
Sin excepción, todos distinguimos entre poder (fuerza) y derecho. Sin embargo, aún oímos dentro de la población un “pobre, se sacrificó tanto para llegar, que merece algo, es justo que se rehaga”. O un: “él Señor lo ha bendecido, y nos da trabajo”. Esas frases salidas del corazón, no es raro que se refieran a lo que hace un alcalde, diputado o presidente o a un burócrata o contratista.
Creo que la mayoría de guatemaltecos, no hemos entendido que, en nuestro sistema de gobernarnos, derecho y poder no tienen punto de contacto, más que como ideal, y todo ideal, para volverse real, implica lucha en igualdad de condiciones. Veamos una simple realidad actual: la iniciativa 6076. Es una ley injusta ante la cantidad de injusticias que se cometen contra el cumplimiento de derechos ciudadanos, que a mano solo tiene como única fuerza la protesta, contra el incumplimiento por autoridades o civiles. Ante un hecho violatorio, al ciudadano le quedan tres caminos: obedecer la orden sin chistar (el poder corrupto lo desarma); resistir y salir a la calle o enviar peticiones de protesta (a quién, si toda la fuerza contra la que va la demanda, cercena el derecho, pues controla el poder de escuchar y actuar) y aunque consiga oírse, se hace acreedor de represalia (jueces, líderes, patrones) y si se resiste activamente luchando, pone en actividad el poder como fundamento del derecho.
Por supuesto que la academia dirá y argumentará: el problema es cuestión de conciencia; no tenemos conciencia ciudadana, la conciencia existe cuando une poder y derecho o trata de hacerlo; es de conciencia reconocer, que la fuerza no puede actuar sobre el derecho. Conciencia no significa sólo saberse acreedor de un derecho, sino tomar una actitud y actuar, teniendo como armas la política, la moral, la justicia, la economía y la educación y reunirlos con miras a darle cumplimiento y beneficiarse del derecho. Es la conciencia así poseída, el poder para que el derecho se cumpla. Todo lo demás, no es más que babucha académica, pues cuando la fuerza (la corrupción en todas sus formas) define un derecho (yo puedo robar, tu no; puedo matar, tu no; puedo humillarte, tu no) es una forma militarista de gobernar, que no permite que el derecho pueda prevalecer sobre la fuerza mal habida y en ese caso, el derecho no puede ejercer influencia sobre las fuerzas del poder (seguridad, militares, finanzas, educación, salud) alineadas para satisfacción de solo el que las pueda comprar y poseer, sea por los medios que sean. Poder injusto, pero al fin, poder, y un derecho sin fuerza alguna que se le oponga.
Lo característico de pretender derecho sin poder, acá o en la China, es que se ha formado una ética carente de validez y una moral con carácter de selectiva y a conveniencia; con un imperativo categórico que actúa y debe actuar, tanto en el ánimo de unos como de otros, a favor y en contra, simultáneamente. A unos les abre el cielo nublado, a otros se los nubla más. Imperativo significa siempre, pero no puede ser desigual, eso va en contra del derecho. El gran error es creer que, en una forma de gobernarse como la nuestra, porque existe la ley, eso obliga a actuar. Error que nubla la mente y actuación de las naciones que se llaman amigas, ante lo que sucede en estos confines.