Por: José Arturo Monroy

Describir El hombre que fue Jueves (1908) es una tarea compleja. Fácilmente podríamos emparentarla con algunas de las Narraciones extraordinarias, de Edgar Allan Poe o con Las aventuras de Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle e inclusive, con algunos relatos de H. P. Lovecraft -aquellos donde no hay tentáculos y masas amorfas primigenias-. Por este motivo acudiré con algo de alevosía a la descripción que nos regala Alfonso Reyes (prologador y traductor de la obra): “es una novela policiaca, pero una novela policiaco-metafísica, verdadera sublimación del género” (pág. 18). Y es que, sí es una “sublimación” dentro de un género que, después de Conan Doyle, parece haberse sumergido en un letargo profundo.

Chesterton no solo acude a los mecanismos de este género policiaco-detectivesco: el planteamiento de un problema, el descubrimiento de pistas que anuncian quedamente el plot twist, el plot twist y, luego, un nuevo problema (repítase, repítase, repítase). No, Chesterton, insatisfecho con esta estructura -a la que podríamos denominar “tradicional”-, acude a sazonar su historia con una pizca de alegoría para ampliar el alcance de su obra. Mucho se puede aventurar sobre la razón. La evidente: criticar o caricaturizar los grandes temas de esa Londres a punto de reventar -si no lo había hecho ya- que le tocó vivir; y examinar, principalmente, el anarquismo.

El hombre que fue Jueves nos pone en los zapatos de Gabriel Syme, un individuo que se encuentra al medio de dos bandos: el Gobierno y los Revolucionarios. No de acuerdo con ninguno, encuentra una tercera vía: unirse al cuerpo de Policía antianarquista. Pero no cualquier cuerpo de Policía, sino uno de policías filósofos, poetas y artistas. Estos, le comenta su reclutador: no acuden a tabernas para capturar criminales que ya han cometido un delito, sino que logran vislumbrar en las cadencias de un soneto o de un tresillo un futuro crimen que podrían prevenir. Syme, entusiasmado con lo que será su nueva profesión, es contratado de inmediato y enviado a una misión: infiltrarse en las reuniones del Consejo Anarquista, hacerse pasar por uno y sabotear sus operaciones para impedir el exterminio de la raza humana. “¡Queremos abolir a Dios!”, le dice a Syme su primer contrincante. Aquí comienza a asomarse la habilidad del autor para caricaturizar la ideología que se propone examinar.

Conforme se avanza en la fábula, las circunstancias le van develando a Syme estructuras de poder y control que siempre estuvieron “frente a sus ojos” pero que, por la hostilidad y tensión del contexto, no pudo ver sino posteriormente. Cada personaje y suceso constituye un símbolo que termina armonizando en una inmensa danza cósmica que deja una serie de dudas en el lector: ¿Existe tal cosa como el libre albedrío? ¿Está todo ya determinado? y la más importante: ¿Cómo podríamos saber si lo que creemos es realmente aquello que creemos?

Otra cosa que quiero destacar de El hombre que fue Jueves, es al Chesterton esteta y no me refiero al cuidado en las descripciones de los entornos, personajes y acciones, que son de muy buen gusto retórico. Me refiero a la exposición de sus ideas al respecto del arte y la función o papel de la poesía en una sociedad donde pesa tanto el pragmatismo. Las propuestas que desarrolla y confronta en el diálogo que tiene Gabriel Syme con Lucian Gregory al comienzo de la obra, recuerdan a los diálogos platónicos. Estos diálogos en los que, después de las ideas, lo principal era el lector, el cual podía presenciarlos a pesar de la distancia espacio temporal. Bajo la misma estructura, el autor discute el anarquismo y nos dice por qué sí podría funcionar y por qué no. Chesterton pese a tener una postura, permite que exista un ejercicio dialéctico entre ambas facciones, dejando así que el lector saque sus propias conclusiones.

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