Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Edmundo Enrique Vásquez Paz

Las poesías, las arengas, los análisis y las propuestas que se crean individualmente, son importantes. Son básicas, no solo para significar que existe preocupación y esfuerzos por señalar un camino sino porque revelan que está latente el reconocimiento de que la solución radica en el emprender un esfuerzo general, conjunto. Por eso se divulgan. Por eso se comparten. Significan un algo que trasciende la acción y el alcance individual.

Las ideas que yo presento, también emanan de una conciencia personal. La mía. Y puede que no sean más que una terquedad. Pero insisto en ellas porque creo que apuntan a llegar a satisfacer nuestra auténtica necesidad: la necesidad de ser nosotros, todos, los dueños del destino de nuestra patria; y no estar consintiendo que sean unos pocos los que nos impongan la manera de ser de la cosa.

Es una necedad y un auténtico engaño (contumacia, dirían los entendidos) proponer que la solución está en depositar el destino de nuestro país, nuevamente, en las manos de los políticos y de los partidos de confección tradicional. Y no es que alegue en contra de ellos por principio. Reconozco que son dos actores indispensables para el funcionamiento de la democracia. Pero, insisto, deben ser partidos nuestros (entendiéndolos como los que son la expresión de los sentimientos y voluntades más auténticos, fidedignos y realmente compartidos a lo largo del país) y políticos nuestros los que se desempeñen en el escenario de la conducción de la Nación. Y esto solo es posible si existe y se articula una ciudadanía consiente, responsable y activa. Algo que es necesario aprender. Experimentar. Ensayar. Porque el actor que falta es la ciudadanía. Nosotros. Y nos debemos apersonar. No es posible que no acudamos a la cita.

Mi fórmula es sencilla y difícil a la vez. Propongo cientos de revoluciones al interno de nuestro país. Revoluciones al interno de todas las organizaciones sociales existentes. Revoluciones que solamente son posibles si todos los ciudadanos nos volvemos activos a participar en ellas con el propósito de defender nuestros más legítimos intereses grupales. Intereses que todos tenemos pero que no sabemos demostrar ni exigir. No basta con el reclamo en el vacío ni con la diatriba.

El plan es entrenarnos a hacer valer cotidianamente lo que son los intereses de los grupos (“chiquitos”, si se quiere decir así) a los cuales pertenecemos de manera natural (esto es, porque habitamos en el mismo barrio o vecindario, porque somos los padres de los alumnos de la misma escuela, los empleados del mismo negocio o de la misma fábrica, los profesionales del mismo gremio, …). [Nótese que la idea no es empezar por las organizaciones más grandes, más amplias y portadoras de los intereses más difusos, como lo pueden ser los partidos políticos; pero sí terminar allí].

Debemos aprender a velar por nuestros intereses participando en esos grupos y asociaciones que, de hecho, existen, pero ignoramos o desdeñamos como pensando que no tienen importancia. Aunque no sea así. Todas esas agrupaciones necesitan de miembros activos y preocupados porque funcionen bien; miembros activos y atentos a que las organizaciones operen realmente para buscar la satisfacción de las necesidades grupales (necesidades que jamás se deben entender como la suma de las necesidades individuales; esa no es necesariamente la matemática ni de la sociedad ni de la democracia).

Cuando hablo de las organizaciones a las que pertenecemos de manera natural, me refiero a las que son más próximas a nosotros y en cuyo seno sería natural que tratáramos de hacer valer nuestros intereses de grupo. Esto es, los intereses que, más allá de los que nos son propios, como individuos, son los intereses compartidos entre las personas que los conformamos. Me refiero a las asociaciones y comités de vecinos, a los CUBs, a las diferentes gremiales, a los Consejos de Desarrollo, a las federaciones de deportes, a los colegios profesionales, a los diferentes tipos de sociedades mercantiles, a las organizaciones no gubernamentales, etc., etc.

Solo si, como producto de nuestra preocupación y activismo, logramos la higiene de las agrupaciones a las que debemos pertenecer como sus asociados o miembros, podremos llegar a pensar en constituir esa ciudadanía que se puede considerar “el soberano”, “el dueño” del futuro de esta nuestra patria. Solo entonces podremos tener una esperanza de llegar a conformar nosotros -¡nosotros, y no desde el afuera nuestro, por parte de personajes que se nos quieren vender como mesías o auténticos dueños de nuestra verdad y de nuestros sueños!- los partidos políticos que sean necesarios para articular las necesidades de los más importantes grupos de interés que conformamos este país y de los cuales deben emanar los acuerdos que le den legitimidad a nuestra organización como Estado que funcione para el “bien estar” y el “buen vivir” de todos nosotros.

Dejemos de pensar en la necesidad de que surjan líderes y mesías -¡como por arte de magia!- que nos vengan a resolver. Los que debemos surgir somos nosotros, ¡somos nosotros los que no estamos! Surgir organizados y competentes para saber articular lo que realmente necesitamos (¡no lo que queremos o deseamos puntualmente, eso es otra cosa!). Surgir, todos, como el Soberano de esto que es nuestro país y nuestra tranquilidad, nuestra paz y consuelo, y nuestra única perspectiva de progreso.

En resumen -y espero que esto no se vaya a tomar como una apología a la abstención de participar en el ritual electoral que se celebra cada 4 años- yo, por lo que abogo, es porque cada uno de nosotros contribuya a la higiene institucional de lo que nos es más próximo y en donde, de mejor manera, podemos participar con conocimiento de causa y con auténtico protagonismo. Participación efectiva para velar porque se haga lo correcto en el seno de las instituciones (cumplimiento de sus estatutos, democracia interna, elecciones limpias, respeto a la voluntad de las mayorías, manejo transparente de los recursos de los cuales se dispone, etc.). Y recordando siempre que, lo que principalmente se necesita, no es participar como dirigente. Lo que se requiere es de una participación que le dé solidez y legitimidad a cada una de las agrupaciones. Lo que se necesita es de la participación activa de todos los que debemos pertenecer a cada una de las agrupaciones. Si estas muchas organizaciones son sólidas y legítimas, también sabrán escoger a sus mejores de entre ellos para que las conduzcan.

Y estos ciudadanos, así formados (celosos de sus auténticos intereses grupales y aptos para exigir que se cumpla con sus derechos) serán los únicos que pueden brindar la garantía de que este país se conduzca mejor. ####

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