Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

post author

Adolfo Mazariegos

Decía Foucault en una entrevista realizada en Madrid, en 1977, que él creía (lo parafraseo) que tradicionalmente se consideraba que para analizar el poder bastaba con estudiar las formas jurídicas que regían aquello que estaba permitido y lo que estaba prohibido. Y al preguntarle si se refería específicamente a la norma, respondió que no del todo. “En realidad -dijo- me parece que el derecho que diferencia lo permitido y lo prohibido no es más que un instrumento de poder bastante inadecuado y bastante irreal, abstracto. Las relaciones de poder son mucho más complejas, y habría que analizar todo lo extrajurídico, todas las coacciones extrajurídicas que pesan sobre los individuos y atraviesan el cuerpo social”. (Véase: Foucault, Michel. El poder, una bestia magnífica. Siglo XXI Editores, 2013). Al referirnos a lo extrajurídico en esa línea de pensamiento, por lo tanto, abarcamos un sinfín de posibilidades a través de las cuales se puede ejercer poder. Es decir, todos estamos sujetos a determinadas cuotas de poder diariamente, sea ejerciendo ese poder sobre otros, sea acatando determinadas directrices coactivas que probablemente no tienen una relación directa con lo jurídico pero que entrañan alguna clase de poder y que constituyen relaciones complejas de poder en el marco de lo extrajurídico, muy a pesar de que se viva en una sociedad organizada en virtud de lo jurídico, que se conduce siguiendo pautas de conducta establecidas en una norma o conjunto de normas jurídicas. Y vemos en ello que, tal como adelantaba Foucault, los mecanismos de poder pueden ser (son) mucho más amplios que el mero aparato jurídico, legal, y que el poder se ejerce, en realidad, mediante procedimientos de dominación que son muy diversos y numerosos. En el hogar, en el trabajo, en la escuela, etc., se dan esas relaciones complejas de poder que pueden trascender lo jurídico sin que siquiera lo percibamos de tal manera, y que moldean la convivencia social en el marco de lo que denominamos el Estado. No existe, por lo tanto, una fuente única de ese poder, todo lo contrario, pueden existir múltiples fuentes que además pueden sufrir una suerte de mutación de acuerdo con el entrelazamiento de las relaciones existentes entre actores que ejercitan el poder, así como el paso del tiempo y las condiciones imperantes en la sociedad, no así el poder en sí mismo, cuyo ejercicio, nos guste o no, siempre se basará en la premisa de que unos mandan y otros acatan (y viceversa), en mayor o menor medida, y sea de manera consciente, sea incluso de manera inconsciente.

Artículo anteriorCámara de Periodismo pide respetar las garantías de Zamora
Artículo siguienteNuestra memoria histórica