Edmundo Enrique Vásquez Paz
Ya en la Introducción a la obra Diccionario de Política, siglo XXI editores, 1981, sus directores (Norberto Bobbio y Nicola Matteucci) advierten con claridad que “el lenguaje político es notoriamente ambiguo”; que “la mayor parte de los términos [en él usados] tienen diversos significados”; que “la mayor parte [de ellos] derivan del lenguaje común y conservan [vestigios de los conceptos de los cuales se originan]”; y que “ameritan una explicación y una interpretación simple y tendencialmente conclusiva [para facilitar la comprensión del discurso político]”.
Actualmente, resulta interesante meditar sobre el uso que se le da al término “alianza” en nuestro país. Se empieza ya a escuchar la referencia a ellas y, probablemente, sea conveniente esclarecer algunos elementos. Sobre todo, porque encubren diferentes tipos de expectativas.
Históricamente, en Guatemala se han confundido el significado de “alianza” y el de “coalición”. Con ello, se pierde la oportunidad de realizar una importante reflexión política. Por un lado, se deja de pensar y se relega al último momento -cuando empiezan a sonar las fanfarrias anunciando las próximas elecciones- sobre la necesidad y la viabilidad de unir fuerzas alrededor de un motivo ideológico -no de un “mesías”- cuyo alcance amerite su acompañamiento durante un proceso prolongado (una “alianza”). Por el otro, también se deja de cultivar la reflexión sobre la necesidad de unificar partidos con el propósito coyuntural de llegar a acceder al poder político y, eventualmente, ejercer gobiernos de coalición. Y, con ello, se difiere para un futuro que nunca llega, la reflexión sobre la necesidad de contar en el país con partidos políticos serios: ideológicos (sin cultivar etiquetas, pero sí con claridad de ideas) y programáticos (con propuestas concretas).
Un ejemplo de lo inadvertido que pasa para la mayoría el hecho de que “alianza” y “coalición” son cuestiones distintas (aunque, no por ello, no puedan darse al mismo tiempo o como estrategias complementarias), es el caso de aquella coalición que se constituyó en el 2003 con el claro objetivo de sumar fuerzas para acceder al poder político y, pese a ello, se llamaba Gran Alianza Nacional –GANA-.
Mi particular apreciación es que, en la actualidad, en Guatemala las “alianzas” se plantean, básicamente, desde dos perspectivas que es importante distinguir. La perspectiva de los ciudadanos sueltos (los no organizados políticamente) y la perspectiva de los presuntos dueños de partidos políticos. (En esta ecuación, debe notarse, los movimientos sociales y sus correspondientes integrantes, son actores ausentes).
Los ciudadanos sueltos los identifico como, en su mayoría, adultos con DPI que están insatisfechos con “defectos” de la vida nacional y de prácticas gubernamentales de parte de los tres poderes del Estado; prácticas que notan, mayoritariamente, tan solo porque les afectan directamente a ellos o a allegados suyos. Pero son ciudadanos que carecen de consciencia de la totalidad, ignoran las interrelaciones entre los diferentes fenómenos nacionales que se dan y llaman a la explosión (situación socioeconómica prevaleciente y estado de la aplicación de justicia, por mencionar dos) y que no tienen afecto por ninguna visión ideal a futuro. Alguna visión que se sitúe más allá de sus pedestres y, generalmente, egoístas percepciones. Son los que, diseminados por todas las capas sociales del país, han aprendido a solamente quererse a sí mismos y olvidarse del necesario bien común y de la idea del “Buen Vivir”.
Los ciudadanos sueltos añoran que haya “uniones” formales entre movimientos y partidos políticos “buenos” que no les obliguen a pensar si no que, simplemente, les inviten a votar por ellas, ahorrándoles cualquier reflexión. (Algunos dirigentes políticos piensan que este es el gran caudal de votos que habría que aprovechar para su propio beneficio…).
Las uniones o acuerdos desde la perspectiva de la oferta son aquellos que tratan de concretar los “dueños” de movimientos sociales o políticos existentes; personajes sin más legitimidad para hacerlo que sus autonombramientos como los factótums de sus organizaciones. Son los personajes que están atentos a confeccionar los menjurjes que resulten más atractivos para la ciudadanía desprevenida. Menjurjes producto de la amalgama de aquellas organizaciones que mejor se logran exhibir en el escaparate de las papeletas electorales.
Son éstas, ofertas o fórmulas mayoritariamente artificiales, elaboradas desde arriba, a partir de consideraciones y valores que, al margen de cuán buen contenido puedan tener, solo contribuyen a perpetuar esa dinámica tan insana de inhibir a la ciudadanía de indagar por sí misma sobre el verdadero sentido, fondo y propósito de cada partido; en participar en la confección de sus auténticos ideales; en darle consistencia a los movimientos que los representan; en contribuir a la fabricación de una ideología nacional.
Prueba del vacío que con pena expongo, se podría encontrar al formular preguntas como las siguientes: a los ciudadanos sueltos, ¿qué alianzas propondría usted (mencionando de manera concreta los grupos sociales o partidos políticos -no los nombres de los “lideres”- en los que está pensando)?, ¿alrededor de qué propuestas, ideas o valores se estarían aliando?, ¿qué piensa usted que aportaría a esa alianza, de forma real, cada una de esas entidades?, ¿considera usted realmente que cada uno de esos “aliados” está en condiciones de realizar los aportes comprometidos?; y a los presuntos dueños de partidos políticos: ¿con cuáles partidos políticos podría aliarse el suyo?, ¿qué fundamentos ideológicos comparte con ellos?, ¿son los fundamentos ideológicos reales de esos partidos o solo las ideas de sus circunstanciales dirigentes o “dueños”?, ¿piensa usted que el número de afiliados inscritos que reportan esos partidos reflejan de manera fehaciente el caudal de votos que podrían aportar en una coalición?, ¿confía usted en la fidelidad de los ciudadanos afiliados a esos partidos con respecto a las instrucciones de coalición que, en determinado momento, pueda determinar la dirigencia de esos partidos?
Mi personal opinión es que, desde el día de hoy y al margen de las elecciones generales que se vienen, deberíamos preparar y activar esa alianza que nuestro país necesita. Pero al amparo de objetivos y programas claros, propuestos con el valor de someterse al sano escrutinio, comprensibles y viables, despojados de esas etiquetas que se usan en el país y que no contribuyen a nada. Ya es hora de dejar por un lado el uso de los “ismos” que solo reconocen extremos y de asustar con el petate del muerto; debemos buscar las ideas pivote que puedan darle forma a nuestra nación. Es un esfuerzo que se debe iniciar con la constitución de ese sinnúmero de movimientos sociales que deberían existir y ser beligerantes en Guatemala. Capaces de decirle no a todas las injusticias y perversiones que se sufren a diario, constituidos como una fuerza permanente -y consistente- que empuje hacia algo genuinamente mejor.
La intención no es descalificar los necesarios intentos por resolver, en la actualidad y con los escasos recursos democráticos con los que se cuenta, esta realidad en la que nos encontramos sumidos. Pensemos en alianzas y en coaliciones y tomemos cartas en el asunto, pero a sabiendas que es a partir de un material escaso y aún demasiado imperfecto; y sin olvidar que es una tarea pendiente y responsabilidad de todos y cada uno, participar activamente en la desaparición de esa gran deficiencia que tiene nuestra intención de democracia: la ausencia de actores políticos con legitimidad social.
La idea es que, en su momento, cuando se trate de establecer coaliciones para gobernar, éstas se puedan conformar entre partidos sólidos que, por lo mismo, realmente prometan ser gobiernos consistentes. Y no coaliciones o frentes unidos, como los que tantas veces hemos visto a lo largo de nuestro continente, que obligan a los gobernantes a emplear sus energías más para impedir el rompimiento de las alianzas logradas que para protegerse y salir avante ante sus verdaderos adversarios -ubicados afuera-.
Una pregunta que no es baladí y deberíamos tratar de resolver es la del por qué las alianzas del mal, resulta que sí funcionan y por qué son tan eficientes en el impulso de sus agendas.