Ayer en Ucrania, Alejandro Giammattei mostró un rostro de real preocupación al hablar de la situación en Ucrania, diciendo “Mientras mueren seres humanos no podemos callar nuestras voces; mientras mueren seres humanos no podemos voltear a ver hacia otro lado, mientras seres humanos mueran por guerras insensatas debemos promover más que nunca la democracia, la paz y la solución diplomática de los diferendos entre las naciones”.
Agregó la necesidad de unirse, desde Kiev, “para que cese este enfrentamiento y se restablezca la paz. Cada día que se alarga este conflicto se acorta el futuro de un niño, se pierden vidas y nos hace falta más esperanza en la humanidad”. Hermosos pensamientos, en verdad, que conmueven porque esa, justamente, tiene que ser la actitud de todos cuando vemos que algún niño pierde la vida o se le trunca su futuro.
Pero no basta pensar únicamente en los niños ucranianos, sino que debemos tomar en cuenta a nuestros propios niños, a millones de los cuales se acorta el futuro por la simple y sencilla falta de alimentos que los somete a una desnutrición crónica.
Y a ellos se suman los que mueren de hambre y, tristemente, los que mueren queriendo encontrar en otro país las oportunidades que su propia sociedad les niega. Acabamos de ver la repatriación de cuerpos de niños que iban en un furgón en busca de ese sueño americano tan anhelado por nuestros jóvenes y niños, por lo que no deja de dar cierta cólera que el Presidente sea tan sensible con el sufrimiento de los niños ucranianos y le valga madre el sufrimiento de los guatemaltecos.
El discurso de Giammattei podría aplicarse a Guatemala perfectamente porque aunque no estemos en una guerra, las condiciones diarias de vida en nuestro terruño son más duras posiblemente que las que se viven en ese país. Ucrania, por cierto, se defiende heroicamente de la agresión de esos rusos con los que él, gustosamente, hace jugosos negocios como el de la vacuna y el que se pagó con aquella alfombra que sirvió para garantizar derechos mineros.
Si Giammattei no es un desalmado, como parece cuando en vez de invertir en la niñez desprotegida permite y participa del saqueo de los fondos que debieran invertirse para mejorar el desarrollo humano en el país, debiera de poner coto a los desmanes de la corrupción y trabajar en pro de la población que más atención necesita.
No se trata, en absoluto, de quitar a unos para dar a otros. Es simplemente cuestión de equidad en cuanto a las oportunidades, sin privilegios para ninguno. Urge en el país una política de desarrollo que atienda las necesidades básicas de alimentación, educación, salud y seguridad de nuestros niños.
Y esos ojos que parecían a punto de soltar lágrimas hablando de los niños ucranianos, indignados por el brutal trato que están recibiendo, debieran voltearse a ver nuestra realidad. Así entenderia que en Ucrania el dolor es causado por extraños, mientras que aquí es resultado de la corrupción de los propios guatemaltecos, que se reparten fondos y privilegios a costillas de esos niños que claman por una oportunidad para llevar una vida digna.
No es cuestión de ideologías sino de sentido común y justicia. El derecho a las oportunidades tiene que ser la piedra angular de los esfuerzos de la sociedad para que no se “acorte el futuro de un niño ni se pierdan vidas”, como ayer dijo Giammattei, al menos del diente al labio.