Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

Los números de YouTube marean. Solo se pueden concebir en esta incontrolable ola de informática. Según el portal, en el año 2019 se subían al día más de 5,000 millones de videos ¡diariamente! Esas cifras me recuerdan mi resistencia al dicho de los astrónomos que estimaban que, sólo en nuestra galaxia (Vía Láctea), hay más de 300,000 millones de estrellas. Increíble. En todo caso son cifras que el intelecto procesa con alguna dificultad. De ello hablaremos en otra ocasión, por el momento quiero hacer referencia a los “youtubers” que son individuos que se han dedicado a subir videos de temas de lo más diverso con el objeto de que YT les reconozca un pago dependiendo del número de visitas que dicho video tenga. Algunos lo han tomado como una profesión u oficio retribuido. Entre ellos destacan las crónicas de viajes a diversos países o lugares remotos. Algunos de esos videos son realmente interesantes. Los productores, con cámara en mano (cada vez son más simples estas cámaras) hacen tomas del lugar que están visitando y van haciendo sus comentarios a la par. Se trasladan a diversos países y los gastos los ven como una inversión. Por eso hay muchísimos videos.

Usted, estimado lector, puede entrar a YT y escribir Israel, Irán, Japón, Suecia, Burundi, Nepal o cualquier país de su escogencia y aparecerán varias opciones. Se puede pasar toda la tarde cambiando de videos y aprendiendo algo de las muy variadas culturas del mundo. Pero esta tendencia a compartir lugares exóticos lo ha tenido la televisión regular. Se mantienen programas de viajes en Discovery, en History, en Curiosity. Desde los inicios de la televisión han tenido acogida los documentales de otras latitudes a las que nosotros no hemos viajado y posiblemente nunca visitemos. Recuerdo, todavía en blanco y negro, la serie “Expedición”, en los años sesenta.

Y es que la curiosidad es una constante del ser humano como también el ansia de viajar, de conocer otras culturas. Pero son muchas las limitaciones. Los viajes son costosos. La disposición del tiempo. La logística de los viajes. Las condiciones de salud. Etcétera. Por eso a veces nos conformamos con ver algún documental sobre otros países.

Pero en 1830 las limitaciones de viajes eran mayores. Tampoco tenían cámaras ni televisión, menos que dispusieran de internet. La gente vivía encerrada en su círculo cotidiano que a veces no rebasaba los 50 kilómetros del hogar. Por eso leían con avidez los relatos de personas que hayan viajado. Y es aquí donde aparece nuestro personaje en escena. El estadounidense John Lloyd Stephens era un aventurero que gustaba de viajar y escribir sus experiencias. Allá por 1835 se fue al cercano Oriente y escribió los libros: “Incidentes de viaje a Egipto, Arabia Pétrea y Tierra Santa”; también la obra “Incidentes de viaje a Grecia, Turquía, Rusia y Polonia”. Ambos tuvieron excelente acogida en su país y cerca de 1840 decidió visitar lugares más cercanos: fue a Mesoamérica y escribió los libros “Incidentes de viaje por Yucatán” e “Incidentes de viaje por Centroamérica, Chiapas y Yucatán” (tenía tema con el nombre “incidentes”). Esta última obra, que tuvo muy buena aceptación, abrió al mundo las puertas de esta región entonces tan olvidada y, sobre todo, dio el primer impulso al estudio de la arqueología maya. Mucho es lo que Guatemala le debe a este cronista, a este gran “youtuber” por dar a conocer las maravillas que este país encierra.

Pero Lloyd Stephens era también un empresario. Su aporte fue decisivo en la construcción del tren de Panamá, antecedente por unos 50 años, del Canal de Panamá. Fue nombrado presidente de la Panama Railroad Company y, como miles de los obreros, murió de malaria a la edad de 46 años.

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