A la memoria de Carlos Camacho Nassar, agrarista de Nuestra América
Víctor Ferrigno F.
“En Centroamérica durante la segunda mitad del siglo XX se vivió una época de conflictos sociopolíticos que desembocaron en enfrentamientos armados en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Su génesis está principalmente en las estructuras agrarias de esos países caracterizadas por la extrema concentración de la tierra. La más dilatada de esas guerras ocurrió en Guatemala, cuyos Acuerdos de Paz en 1996 reconocieron la multicausalidad del conflicto y la importancia de cambios estructurales para construir la paz. Han pasado tres lustros desde la firma de la paz y las causas que produjeron la guerra no han sido superadas”.
El anterior párrafo hace parte del resumen de la obra “La cuestión agraria, los derechos de los indígenas a la tierra y el fracaso del proceso de paz en Guatemala” (2010), del antropólogo y geógrafo Carlos Camacho Nassar, quien falleció el pasado lunes, dejando un enorme vacío entre los estudiosos del agrarismo en Nuestra América.
Durante décadas, Camacho estudió la situación agraria en Guatemala, y publicó una vasta obra sobre el tema, evidenciando con datos duros que la democracia y la cultura necesitan una base material para desarrollarse y, en América, ese sustento material es la tierra, que ha sido acaparada por una avorazada élite oligárquica, que ha hecho de nuestro continente el más desigual del orbe.
La extrema concentración de tierras que sufrimos, además de limitar la democracia y la cultura, genera conflicto social, hambruna y emigración. Constituye, pues, la base estructural de nuestras miserias, como lo demuestran los datos más recientes: Guatemala ocupa el primer lugar en desnutrición infantil del continente y, según el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), se prevé que 4.6 millones de personas sufran inseguridad alimentaria aguda entre junio y septiembre. O sea, que más de una cuarta parte de la población (26%) sufrirá hambruna.
El hambre crónica, sumada a la corrupción, la exclusión y la violencia, genera una creciente migración hacia el norte, que será imposible frenar si no se atacan las causas estructurales que la provocan, comenzando con la concentración de tierra y agua. Este fue uno de los temas torales que no se abordaron en la reciente Cumbre de las Américas.
El tema de la concentración extrema de la tierra es de viejo cuño; este mes se cumplen 70 años de la emisión del Decreto 900, mediante el cual el presidente Jacobo Árbenz Guzmán decretó una reforma agraria de corte capitalista, la cual fue tomada de excusa por la oligarquía chapina y el gobierno de EE. UU. para derrocar a un Presidente democráticamente electo, afianzando el régimen de represión, exclusión y discriminación que vivimos. Hoy día, han perfeccionado este régimen perverso, pues la población hambrienta emigra hacia EE. UU. y con sus remesas sostiene la economía del país.
En 1950 el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) elaboró un estudio en el que criticaba acerbamente las desigualdades de la vida guatemalteca y recomendaba adoptar una serie de políticas estructurales; entre ellas, un cambio en la tenencia de la tierra para estimular la agricultura campesina y ampliar el mercado interno.
El Decreto 900 garantizaba la indemnización de las tierras nacionalizadas, y en su Artículo 1 establecía que “La Reforma Agraria de la Revolución de octubre tiene por objeto liquidar la propiedad feudal en el campo y las relaciones de producción que la originan para desarrollar la forma de explotación y métodos capitalistas de producción en la agricultura y preparar el camino para la industrialización de Guatemala”.
Si la Primavera Democrática no hubiera sido violentamente cercenada con la intervención de 1954, se hubiera evitado la guerra de 36 años, y hoy día tendríamos democracia, desarrollo, justicia social y una Patria para todos.