Por: Anaby Martínez Arrecís
La Revolución Francesa es uno de esos hechos de la historia universal que sirvieron como ancla para mejorar las condiciones de vida del ser humano. Sus logros prevalecen hasta nuestros días. A su vez, marcó un hito en el sistema político con la Declaración de los Derechos del Hombre y Ciudadano. El triunfo revolucionario no fue un camino negociable a base del diálogo. Solo bastaría con mentalizar todas aquellas escenas de películas como Los fantasmas de Goya cuando las fuerzas francesas destruyen el Santo Oficio de la Inquisición, para darnos cuenta el tipo de esclavitud laboral y moral al cual la humanidad se había mantenido durante siglos. Pero, al final de cuentas, la administración política europea sigue alimentando esa sed de libertad que tiempo atrás se respiraba… Pero el estudio de este fenómeno quedó en manos del pensador francés Alexis de Tocqueville, a quien la editorial Fondo de Cultura Económica tiene a bien presentar la tercera edición de su libro: La democracia en América.
Cada capítulo presenta un análisis filosófico sobre la función del Estado democrático contemporáneo. El autor responde sintéticamente aquellas inquietudes que conciernen al sistema político de Estados Unidos, a partir de la posesión del pensamiento estoico. Hace énfasis de la trasgresión de las reformas en los derechos en Europa. Estas persiguen los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad, tomando Estados Unidos las dos primeras, ya que la concreción de un Estado Justo sostiene que el hombre para conseguir la libertad que le compete como derecho fundamental, debe obedecer a los principios éticos de la igualdad.
A partir del recorrido por las páginas, se puede abrir campo al debate en cuanto a la postura de la religión dentro del Estado. Recordemos que años después una serie de legislaciones donde surge el poder político del clero; el fin del nuevo levantamiento de la iglesia era promover la igualdad en el hombre para lograr la libertad. Lo anterior dio como resultado la eterna esclavitud humana y la jerarquización de clases sociales.
Si el catolicismo predispone a los fieles a mostrar obediencia, no los prepara, pues, para la desigualdad. Lo contrario diré del protestantismo, que en general, conduce a los hombres mucho menos a la igualdad que a la independencia. El catolicismo es como una monarquía absoluta. Quítese de él al príncipe, y las condiciones son más iguales que en las repúblicas. (Tocqueville, 2019, p. 327).
Sin embargo, Estados Unidos toma el régimen de Nueva Inglaterra, en el cual la religión es una práctica que cada individuo tomará con responsabilidad. El enriquecimiento espiritual formará una visión humanitaria se preocupa por el cumplimiento de las leyes. Por ello, el Nuevo Mundo persigue el ideal de Santo Tomás de Aquino donde “el hombre consigue la libertad a partir de la desobediencia del tirano”. En esa lucha en la cual concierne Europa, se pretende destituir el conservatismo que obliga al ciudadano a seguir la ortodoxia cristiana para poder gozar de sus derechos y el rol social que adopten tiene que regirse a los ideales de este. Al final de cuentas, la sociedad vive hasta hoy en una libertad desigual, de los que pueden comprar sus derechos a un sistema democrático que se encuentra sumergido especulaciones feudales, de aquellos que aspiran a menores necesidades materiales.
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