Carlos Figueroa Ibarra
El gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador, Morena y el amplio movimiento y ciudadanía que apoya a la Cuarta Transformación, tienen motivos de sobra para sentirse contentos. La del domingo 5 de junio, fue una gran victoria electoral. Ciertamente no se consiguieron victorias en los seis estados. O en cinco de los seis estados. Esto es lo que dijeron algunos dirigentes de Morena y de la coalición que encabezó. Estas afirmaciones o eran voluntaristamente optimistas o no estaban asentadas en el pesimismo de la inteligencia.
En las elecciones para elegir las seis gubernaturas, seis victorias para la coalición encabezada por Morena, hubiese sido una victoria impensable. Cinco de seis habría sido un triunfo extraordinario. Tres de tres habría significado una derrota decepcionante. Lo que se consiguió, cuatro de seis gubernaturas, era el resultado esperado.
Y ese resultado esperado significa una gran victoria. En 2018, Morena no tenía en sus manos ninguna gubernatura. En los últimos cuatro años, los mismos que lleva gobernando Andrés Manuel López Obrador, Morena ha conseguido veinte gubernaturas, a las que habría que agregar otras dos más que han obtenido sus aliados del Partido Encuentro Social y el Partido Verde. En total 22 gubernaturas de las 32 que existen en el país. Además de gobernar al país, Morena y sus aliados gobernarán directamente a casi 80 (61%) de los 131.5 millones de mexicano/as.
Morena y sus aliados ganaron en Hidalgo con 61.6% de los votos; en Oaxaca con 60%; en Quintana Roo con 56.4 (más que 3 a 1 con respecto a la oposición) y en Tamaulipas con 50% de los sufragios. En Aguascalientes obtuvo 33.5% de los votos mientras que la coalición Va por México (PRI-PAN-PRD) obtuvo 53.8%. En Durango obtuvo 39% mientras que la coalición de PRI-PAN-PRD ganó con 53.7%.
El 33.5% obtenido por Nora Ruvalcaba de la coalición encabezada por Morena en Aguascalientes es una proeza si tomamos en cuenta que en 2016, PAN y PRI obtuvieron el 83% de los votos y Morena con Ruvalcaba obtuvo apenas 3.2%. En mi perspectiva, el único resultado que no cumplió las expectativas sería el de Durango en donde se esperaba un resultado más cerrado. Aun así, dicho resultado (39%) es bueno, si tomamos en cuenta que en 2016 Morena obtuvo el 2.7% de los votos.
En medio de la euforia cabe preguntarse si el triunfo de Morena y sus aliados implica necesariamente el triunfo de la 4T y de sus principios. Podemos tener buena fe y pensar que los tres gobernadores y la gobernadora triunfante asumirán la Cuarta Transformación. El perfil de los cuatro ganadores no genera sólidas certidumbres.
Mara Lezama, triunfadora en Quintana Roo, empezó a acercarse a Morena hasta en 2015 y son conocidos sus vínculos de diversa índole con Jorge Emilio González, reputado dueño del Partido Verde Ecologista de México y protagonista de diversos escándalos políticos. Julio Menchaca, próximo gobernador de Hidalgo, fue militante del PRI desde 1980 hasta 2017 cuando a invitación de Andrés Manuel López Obrador se acercó a Morena y fue electo senador de la república en 2018.
Américo Villarreal Anaya, victorioso en Tamaulipas es hijo del ex gobernador priísta Américo Villarreal (1987-1993) y él mismo fue militante del PRI desde 1983 hasta 2017, cuando renunció a ese partido para convertirse en parte de la bancada de Morena en el Senado de la República. Salomón Jara, futuro gobernador de Oaxaca proviene del PRD y fue fundador de Morena, además de haber sido parte del gabinete (2010-2013) del gobernador príista Gabino Cue Monteagudo (2010-2016).
Quien haya participado en las luchas electorales sabe muy bien que no siempre se puede elegir como candidato/a quien representa de manera más diáfana los ideales del propio partido. En no pocas ocasiones, el candidato/a puede ser alguien con un pasado político oscilante y discutible. Pero un candidato/a viable es aquel que tiene capital social, capital político y capital económico y por tanto herramientas para encabezar una candidatura ganadora. He aquí las razones del pragmatismo que muchas veces acompaña a quienes deciden las candidaturas.
Un abuso de ese pragmatismo puede terminar en la pérdida de la identidad inicial de un partido de izquierda. Las grandes transformaciones muchas veces hacen uso de personajes representativos del pasado para acumular fuerzas en sentido progresivo. Pero puede suceder que ese pasado termine devorando la voluntad transformadora de la nueva fuerza política. Entonces, lo que sucede es que tenemos una botella nueva pero llena de vino viejo.
Hoy celebramos la victoria. Una victoria que empieza a encaminar a Morena y a sus aliados en la senda de un nuevo triunfo en el 2024. Victoria que refuerza la gobernabilidad que necesita el presidente López Obrador. Que la euforia no nos haga perder de vista nuestros objetivos de largo plazo.