Por Quimy de León y Salazar Ochoa

A principios de la década de los setenta aparecieron varios murales en la Universidad de San Carlos que coincidieron con los momentos de mayor represión en el país. Uno de sus protagonistas, Ramírez Amaya, reflexiona sobre la coyuntura que desencadenó una de las acciones más representativas en la identidad universitaria de aquellos años.

¿Cuál era el contexto de la época cuando se plantearon hacer los murales de la universidad?
En el 68 nace en París un movimiento que se llamó la documenta de París, a mí me molestó mucho porque pareció que el arte en lugar de avanzar había retrocedido. Resultó que se tiraba en el suelo cualquier cosa y a eso se le consideraba arte. En teoría había una actitud buena contra la comercialización y la alienación del arte, el arte abstracto había entrado en decadencia y en decadencia me refiero a que cualquiera tiraba una babosada y mientras más caro el precio, mejor. Empezamos a desconfiar de ese tipo de manifestaciones.

Sentí que estaba en algo inconsistente, vacío, algo se quedaba en el tintero. En el mismo año 68 hay pijazos en Berlín, en París, en Colombia, en México y en Guatemala ya no digamos, somos la generación de los pepitazos. La documenta no estoy seguro si es en el 68 o 69. El movimiento empieza en el 68 y entonces me planteé como artista si estaba en el camino correcto.

¿Cuál fue su reacción frente a esos acontecimientos?
Empecé a dibujar sin hacer proyectos, ni bocetos, dibujé en dimensiones enormes, me dije: nuestro arte conceptual debe ser contestatario y tenemos que sentar las bases con los pijazos. La primera expresión de arte conceptual en Guatemala fue en los murales de la Universidad de San Carlos y dice: “esto no es pintura, es sangre”.

¿Usted era parte de una colectiva de artistas o estaba solo en esta idea de hacer los murales?
Empecé a diagramar e ilustrar la revista Alero de la Usac en el año 70, tuve el reto de entrar nuevamente en el arte moderno, ilustrando cuentos, poemas y ensayos; ese es un trabajo de la gran diabla y hay que obedecer a un interés personal. La revista estaba manejada por un equipo, el Bolo Flores, Leonel Méndez, Pepe Mejía y yo, fue la primera vez que hubo un departamento de extensión universitaria y Leonel Méndez decidió abrir las puertas de la U a los intelectuales sin créditos académicos. El Picky Díaz, era el secretario de la universidad, Leonel Méndez era el director de extensión universitaria, el Bolo Flores, Pepe Mejía y yo, totalmente fuera de la academia.

¿Cómo se concretaron las acciones para pintar los murales?
El gobierno de Arana Osorio le debía dinero a la Universidad y prometió pagarles el dinero pero no en dinero sino en construcciones, entonces hicieron como 7 módulos en el campus universitario. Apareció el espacio para una plaza, cuando la terminaron de construir le pusimos Plaza Rogelia Cruz.

Luego por distintos desacuerdos rompimos con el Partido Comunista, en aquella época nadie quería meter ya la nota, muchos tenían miedo. Palma Lau era el secretario de la AEU y conversando con él un día concebimos la idea de muralizar la universidad.

Conformamos lo que se llamó la “Brigada Cultural Otto René Castillo”, con estudiantes de humanidades, de la Escuela de Artes Plásticas, de Arquitectura, de Derecho y todos los que tuvieran interés en arte. Empezamos a lanzar notas, el tiro era hacer cuadros guerrilleros.

¿Hubo complicaciones?
Sucedió el rompimiento con la revista Alero. Echaron a todos, al Bolo Flores, a Leonel, a Pepe, excepto a mí; el Picky Díaz me dijo, “yo le pediría que siga con nosotros”, le respondí “yo soy del equipo de aquellos y me voy con ellos, yo no soy enemigo de ustedes pero no me gustaría seguir trabajando”. No me gusta tener cola machucada.

El grupo de arquitectura, un grupo que ellos se autodenominaban “Los Tábanos”, eran de la Juventud Patriótica del Trabajo, la “J”, unos chavos muy auténticos que ya habían tomado la directiva de la facultad. A mí lo que me interesaba no era hacer murales sino incentivar jóvenes a incorporarse a la guerrilla y los que no tuvieran dotes artísticas pues que subieran a la montaña porque es bueno depurar a los intelectuales de los tiratiros y la misma experiencia de Otto René Castillo nos dijo que un intelectual con armas no es del todo útil. En el rompimiento con en la revista Alero, el Bolo Flores brincó y dijo “los murales son nuestra respuesta por habernos echado”, pero eso no es tan así. La idea surgió para incentivar la incorporación de nuevos cuadros para la lucha revolucionaria.

En ese momento estábamos comenzando los murales, habíamos pensado que los murales los íbamos a inaugurar el 1º de mayo. Cuando vieron lo que decía el primer mural “Id y aprended de todos si no comed caca”, nos cayó la Policía Nacional en la universidad, nos quitaron los materiales y herramientas. Tuvimos que suspender todo.

¿Qué sucedió después, qué hicieron para terminar los murales?
La represión en la U estaba siendo muy fuerte, yo ya no pude regresar a mi casa, andaba huyendo. Ni modo, los que habíamos puesto la cara éramos el Bolo, Palma Lau y yo. Nos juntábamos en varios sitios distintos, en la Escuela de Artes Plásticas, en el Conservatorio, con cuidado además con los teléfonos porque también los controlaban. Le hablé a Jorge Palmieri, le conté, “mano nos están chingando en la universidad con los murales” y él con tal de hacerse ver nos hizo sin querer una buena publicidad. Palmieri tenía una columna en El Gráfico, tenía un personaje que se llamaba Segismundo Pitirijas, en boca de él ponía todo con ironía, con sentido de humor, era una columna muy leída y por supuesto decía lo que nadie se atrevía a decir pero desde la visión de un reaccionario. Luego Palmieri dio un salto de los diarios a la televisión.

Nosotros íbamos a inaugurar los murales el lunes, empezamos con los trabajos desde el viernes pero nos cayeron varias radiopatrullas como a las cinco de la tarde, quitaron todo y botaron los andamios. Creyeron ya habían anulado al movimiento pero a la semana siguiente debido a la cobertura mediática que habíamos tenido más gente se sumó, todos estábamos dispuestos a trabajar sin parar, los murales se pintaron simultáneamente. Ana María Rodas quien era mi pareja, trabajaba en los periódicos y ahí sobran bobinas de papel que tienen hasta 40 metros de largo, entonces ahí teníamos nosotros todo calcado. Es técnica, no es cosa del otro mundo, se cuadricula y se calca, yo hacía las líneas al final. Había mucha gente, poetas, músicos; la gente peleándose por echar pintura, incluso no podían pasar carros por la universidad. Jorge Palmieri no se imaginó lo que iba a hacer a nuestro favor, era un notición pero no se imaginó la magnitud de nuestro movimiento.

Los terminamos y todo eso se volvió una gran fiesta universitaria. Empezamos unos 40 cuates pero al siguiente viernes la universidad estaba tomada, llena de gente con marimbas y bailes, parecía feria esa cosa.

¿Qué le deja esta experiencia?
Para mí lo importante fue que con arte se le diera vuelta a un concepto, penetrando masas e incitándolas de una manera muy puntual con los mismos recursos de la universidad, con los mismos recursos de las imágenes.

*Las fotografías utilizadas en esta entrevista fueron tomadas por Mauro Calanchina.

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