Ramón Cadena
Si bien el deterioro que había sufrido la dictadura militar desde sus inicios con el coronel Arana Osorio (1970) había causado graves daños a la población guatemalteca, en 1982 no se había logrado que ésta fuera aniquilada, ni que la guerrilla lograra ganar la guerra. Sin embargo, en el campo de batalla, sus efectos se podían ver; se sufrían cotidianamente, se sentían sus consecuencias y la sociedad envejecía con el dolor a cuestas. La solución para el Ejército fue implementar un Golpe de Estado, liderado por Ríos Montt en contra del General Lucas García (1982). Así se daban los golpes de estado en el pasado. Ahora, la apariencia de legalidad que los rodea, los hace mucho más complejos y difíciles de identificar.
Con el Golpe de Estado de 1982, el Ejército de Guatemala aparentó que estaba haciendo hasta lo imposible para construir la democracia; además, creyó que iban a mejorar los resultados bélicos. Sin embargo, Ríos Montt no se apartó de los actos de corrupción, ni de las graves violaciones a los derechos humanos y la desnaturalización del Estado fue en aumento. Intensificó las violaciones a los derechos humanos, al punto de implementar actos de Genocidio en contra de diferentes Pueblos Indígenas; crear la política de tierra arrasada; instaurar aldeas modelo; organizar las patrullas de autodefensa civil y, en lugar de humanizar la guerra, la convirtió en un escenario de horror, en el que todo aquel que fuera acusado de ser “comunista”, tenía asegurada la ejecución extrajudicial, la desaparición forzada, la tortura o la detención arbitraria.
Las garantías procesales no existían. El Poder Judicial estaba al servicio de la dictadura y, mediante el Decreto Ley 46-82, Ríos Montt implementó los Tribunales de Fuero Especial. Jueces sin rostro que emitían sentencias de muerte o sentencias condenatorias, sin que las víctimas contaran con garantías procesales que permitieran ejercer libremente el derecho de defensa.
La dictadura militar en Guatemala violó el principio de la división de poderes, concentrando el ejercicio de dichas funciones en el Ejército, quien influía en las del Congreso de la República y en las del Poder Judicial y recibía el apoyo incondicional de dichos organismos de Estado. En esta selva profunda y violenta, el Dr. Hurtado cumplía pacíficamente con su función de ser el médico comprometido, el lúcido catedrático de antropología, el padre de familia ejemplar y el ciudadano consciente.
Siempre recordaré al doctor. Hurtado como mi pediatra o el pediatra que emitía sus recetas con una pluma fuente de tinta verde. Como el ser humano optimista y sonriente, que siempre llegaba a visitar a sus pacientes en un carro deportivo rojo, que en una época cambió por un par de patines. Lograba aliviar fácilmente el dolor de la enfermedad, gracias a su alegría y buen humor.
Sus ojos alertas y encendidos; su mirada miope protegida y agrandada por unos anteojos de marco y lentes gruesos, que le estampaban a su rostro, la característica propia de un ser humano que ve el mundo con lupa para agrandarlo y convertirlo en mares de solidaridad. Juan José siempre fue joven, lleno de vida; generoso con el buen humor. Su sola presencia, siempre acompañada con una sonrisa exuberante, clavada permanentemente en su amplio horizonte, calmaba a las madres angustiadas por el sufrimiento que producía la enfermedad. Sabía ser el pediatra de las y los niños, para hacer de la medicina la mejor solución para el dolor.
Sabía curar y nació con ese don, con ese privilegio, con esa vocación, con esa habilidad, con ese talento. No podía ser de otra forma, la medicina era lo suyo y con sabiduría, humildad y mucho compromiso, hizo de ella su vida. Juan José Hurtado siempre fue un humanista. Progresista, de aquellos a quienes ver tanta desigualdad en su sociedad, les hiere la mente y ataca el corazón. De aquéllos que aprenden cada día algo nuevo, para agregarlo a su vasta lista de experiencias y conocimientos y luego compartirlo. Sin egoísmos. El doctor Hurtado se dedicó a servir, con paciencia y gentileza, con alegría.
En una época de su vida, fundó un hospital en San Juan Sacatepéquez. En él, atendió a pacientes de escasos recursos, a quienes no les cobraba ni la consulta, ni la medicina. Lamentablemente, los personajes como el doctor Hurtado siguen prohibidos en nuestra sociedad, no deben existir, ya que son considerados y calificados, muy equivocadamente, como “comunistas”; son los enemigos del sistema de lo injusto y de la desigualdad y, por lo tanto, peligrosos para los intereses personales, individuales y minoritarios de una élite que no quiere que nuestra sociedad avance.
En el momento de la desaparición forzada del doctor Hurtado, gobernaba el general Ríos Montt, quien pocos meses antes había liderado un Golpe de Estado que derrocó a su colega el general Lucas García. Muchas personas habían sido ejecutadas extrajudicialmente por tener las cualidades del doctor Hurtado: solidario con el prójimo; compasivo con las personas enfermas; que deseaba una sociedad en la que la norma fuera la igualdad y no la discriminación. Así era el doctor Hurtado, nuestro pediatra.
Y el día 24 de junio de 1982, saliendo de su clínica, un día normal y lleno de cotidianeidades, se llevó a cabo su desaparición forzada. Un día soleado, común y corriente, convertido en 37 días de lluvia, terror y tempestad. Una pesadilla espantosa para él, para su familia y para la sociedad guatemalteca. Ya en esa época, existía una práctica generalizada de graves violaciones a los derechos humanos, de tratos crueles, inhumanos y degradantes en contra de personas progresistas. El caso del doctor Hurtado es un buen ejemplo de dicha práctica.
Más de un año antes de la desaparición forzada del doctor Hurtado, en 1981, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) afirmó que la aplicación de apremios físicos y psicológicos y de tratos crueles e inhumanos, había traspasado los límites de ser un método de obtener una información o infligir un castigo, para convertirse en un “sistema de dar muerte a los ciudadanos”. El informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos estaba en lo correcto. El deterioro de las relaciones entre el Ejército y la sociedad guatemalteca fue en aumento y la desaparición forzada del doctor Hurtado fue un ejemplo de ello. Cuando perdió sus anteojos, ya no pudo ver nada. Pero sí pudo percatarse que vivía en carne propia, la tortura, malos tratos, agresión y violencia política que otros sufrían a diario en Guatemala. Y siguió alerta durante su cautiverio.
El doctor Hurtado sobrevivió la tortura, el aislamiento e incomunicación. Sobrevivió el dolor extremo y ataques a su integridad personal. La solidaridad internacional, la fuerza interna del doctor Hurtado, la de su esposa, la de su familia y la indignación de muchas personas de la sociedad guatemalteca, se unieron para que el doctor Hurtado fuera liberado y pudiera seguir cumpliendo una función tan importante como lo es la de llevar salud, solidaridad y compasión al enfermo. El doctor Hurtado permaneció incomunicado desde el 24 de junio hasta el 30 de julio, día de su liberación.
El 16 de julio, pudo ver a su esposa Elenita. El rápido encuentro fue en las instalaciones del hospital del Segundo Cuerpo de la Policía Nacional. Ese día, él y su esposa conversaron brevemente rodeados por un nerviosismo indescriptible; al mismo tiempo que se reconfortaron mutuamente, sufrieron al ver el dolor en el rostro del otro. Juan José fue torturado, drogado, interrogado y golpeado. Por ello, lógicamente, la fecha del encuentro, estaba demacrado. A pesar de la famosa orden: “a este me lo inflan”, no lograron desvanecer totalmente las huellas de la tortura.
El general Ríos Montt reconoció públicamente en su discurso dominical del 4 de julio de 1982, que el doctor Hurtado estaba en poder de la fuerza pública del Estado. Afirmó que estaba siendo investigado por ser “comunista”. Una vez terminada la “investigación”, sería puesto en libertad. Con su discurso, trató de convertir un hecho tan perverso, como lo es la desaparición forzada de personas, en un “acto de justicia” liderado por el Ejército de Guatemala. Así de cínicos fueron Ríos Montt y la dictadura militar.
El 30 de julio terminó su cautiverio. Juan José Hurtado salió vivo de la cárcel, sin resentimientos; sin ánimo de venganza. Y pudo continuar curando vidas hasta el 21 de mayo de 2022 pasado, cuando dejó de existir. Se fue. Sin despedirse de muchos amigos y amigas de diferentes generaciones que tuvo en su larga vida, simplemente partió con rumbo desconocido. Así nomás.
Sin embargo, el pediatra de la pluma fuente con tinta verde; el pediatra de los gruesos lentes que convirtieron sus ojos en un par de lupas que agrandaron el mundo y lo transformaron en ríos de solidaridad; el pediatra humanista, cálido y sincero, seguirá vivo en nuestros corazones y en nuestra mente; seguirá recetándonos a diario una buena dosis de valentía para seguir creyendo en la verdad; nos seguirá prescribiendo medicinas, para alcanzar el amor y lograr la igualdad; y para creer en el verde esperanza, que siempre emanó de su pluma fuente de tinta verde esmeralda.