René Arturo Villegas Lara
Hay personas que nacen aumentadas y otros que nacen disminuidos. Pero también este fenómeno se da por costumbre; así, si el padre se llamaba Humberto y el hijo también, al padre se le conocía por don Humbertón y el hijo como don Humbertito. Yo conocí muchos casos de estos en Chiquimulilla. Pero, no es esta costumbre el hecho de esta prosa, sino cómo se le aumenta o se les disminuye el nombre a las personas, según la estatura con que lo proveyó la naturaleza. En este pueblo había muchos señores de una estatura descomunal, que se encorvaban algunos centímetros cuando entraba a una casa para no darse un frentazo en las mochetas de las casas hasta que se les torcían las dorsales, tal era la estatura que casi llegaban a dos metros veinte.
Y la gente, como es barata para los apelativos, luego, luego encontraba la manera de identificarlos. Altos, altos, eran don Cande Gudiel, don Candón, dedicado a la carpintería y a la ganadería en un terreno que conocíamos como La Pila de Santa Catarina; don Antonio Moreno, don Tonón, dedicado a la crianza de ganado; don Tonón Martínez, que era peluquero y consagrado jugador de gallos; don Manuel Ávalos, don Manuelón, talabartero de los finos; don Arturo Cerrate, don Arturón, también talabartero; don Mundó Lavín, don Mundón dedicado a la ganadería y buen jugador de futbol en el equipo Tropical; don César Pretti, don Chechón, dedicado a la ganadería; don Ricardo Martínez, don Ricardón, dedicado al comercio de toda clase de grano. Nunca supe que se molestaran por esos “aumentativos”, alturas que solo inquietaban a tío Lencho Lau cuando ponía zarabandas para las ferias, porque casi le estorbaban los flecos de papel de china con que adornaba el salón municipal.
También existían los contrarios, es decir los “diminuidos”, como Chandito Guevara; Manuelito Bolaños; o el noble de don Manuel Paniagua, don Manuelito, que por muchos años la pasó asentando partidas de nacimiento de cuanto cristiano nació en los casi cincuenta años que tuvo a su cargo el Registro Civil del pueblo; y hasta hubo un señor que yo no conocí y que era tan pequeño, que lo conocían como “Mingo Figurita”. Ser de escaso tamaño tiene sus desventajas porque se gasta menos en la tela para los pantalones; pero, son mayores la que enfrentan las personas demasiado altas, pues se han visto casos en que la sangre cuesta que llegue desde los pies hasta el cerebro.
Una vez al alcalde se le alumbró el cerebro y decidió consultar con los señorones del pueblo su idea de modificar el parque municipal, pues se invertiría una considerable cantidad del erario municipal y no quería que después se rumoreara que la obra había tenido sobras y que de ribete le quitaran la visa a los Estados Unidos. Así que instruyó a Goyo Chuga, el único policía municipal que estaba de turno, para que citara a un cabildo abierto a los señorones del pueblo para que le dieran sugerencias sobre la proyectada obra municipal. El alcalde se refería a vecinos de abundantes conocimientos o importantes por sus recursos dinerarios y que fueran de reconocida honorabilidad; pero, don Goyo Chuga creyó que se trataba de los más grandotes del vecindario y a ellos entregó la citación. Cuando el alcalde entró a su despacho, se fue de espalda al verse frente a semejantes gigantes que casi no cabían en el reducido despacho del alcalde municipal. Ante semejante situación, y como en verdad todos eran personas honorables, al jefe edil no le quedó más remedio que celebrar el cabildo abierto y, afortunadamente, le dieron buenos consejos porque se construyó el parque y nunca hubo reparos ni acusaciones de corrupción. Pero eso fue en 1946.