Pocas personas he conocido en mi vida con las cualidades extraordinarias del doctor Juan José Hurtado, fallecido el pasado fin de semana a los 96 años de edad. Médico de profesión, pediatra excelso, dedicado a sus pacientes y a sus padres, fue además un profundo antropólogo que culminó con esa profesión toda una gama de conocimientos que puso siempre al servicio de los demás. Respetado y querido por todos los que tuvimos la suerte de conocerlo, Juan José fue de esas personas que jamás tuvieron tiempo para pensar en el derecho de su nariz porque siempre vivió preocupado por los demás, buscando afanosamente contribuir en este mundo imperfecto a propiciar la mayor justicia, aquella que no pretende despojar a nadie, pero que si se ocupa de crear oportunidades para todos.
La convicción de Juan José de que estamos en este mundo para servir se proyectó de muchas maneras entre todos los que de alguna manera tuvimos la suerte de conocerlo y entender la dimensión de su vida. Por supuesto que en un medio plagado de individualismo y menosprecio a los derechos ajenos, alguien como el doctor Hurtado despertaba suspicacias y no faltaban los que lo etiquetaban en el marco de esa vieja tendencia nuestra a la polarización ideológica. Es mucha la gente que considera comunista a todo aquel que expresa una preocupación por sus semejantes sin entender que la vida en sociedad nos demanda siempre pensar en los demás, sobre todo en quienes tienen menos ventajas y oportunidades para ofrecérselas y así contribuir a mejorar su calidad de vida.
Le tocó sufrir mucho y su vertical compromiso le hizo vivir en el exilio luego de aquella infamia que sufrió en tiempos de Ríos Montt cuando fue secuestrado por las fuerzas de seguridad y el dictador se vio obligado a reconocer que lo tenían como reacción al secuestro del hijo del Ministro de Gobernación, el mismo Ricardo Méndez Ruiz que ahora dirige una fundación que dice estar contra el terrorismo. Juan José nunca tuvo un gesto de odio hacia quienes le hicieron tanto daño.
Yo tuve la suerte de conocerlo por la especial y querendona relación que siempre mantuvo con mi suegro, el también doctor Carlos Pérez Avendaño y eso me permitió establecer una relación que gracias a Dios fue estrecha porque aprendí mucho hablando con él, entendiendo esa visión carente de resentimiento y que proyectó siempre en el interés y preocupación por los más necesitados. Fue él quien creó el programa que llevaba a los estudiantes de medicina de la Universidad Francisco Marroquín a convivir con los pobladores de San Juan Sacatepéquez para que adquirieran esa visión especial que no se llega a percibir desde la burbuja en que muchos vivimos desde nuestra propia cuna.
Y más cerca lo tuve cuando su nieta Alejandra contrajo matrimonio con mi hijo Pedro. Lo vi como bisabuelo querendón prodigarse con Nicolás y Natalia con ese extraordinario afecto que tuvo por todos sus pacientes y que se percibía multiplicado con esos niños que se desvivieron siempre por su Tete.
El sábado, al recibir la noticia, no pude contener las lágrimas por la tristeza que provoca perder a alguien tan valioso, tan influyente en mi vida al convertirse en un ejemplo que invitaba a la imitación en esa su forma de entender la justicia, en el más amplio sentido del término, como esencia de la vida en sociedad. Mi sentido pésame a sus hijos Elena, Leonor, Laura, Juan José y de manera especial a mi consuegro Álvaro, así como a toda su linda, extensa y talentosa familia.