Eduardo Blandón
Hemos olvidado el amor, la amistad, los sentimientos, el trabajo bien hecho. Lo que se consume, lo que se compra son los sedantes morales que tranquilizan tus escrúpulos éticos.
Zygmunt Bauman
Vivimos tiempos descafeinados, una época en el que casi todo es y no es a la vez: el amor, el trabajo, las amistades. Ya no solo por la ausencia de las bases o la arena movediza que la sostiene, sino por la calidad de los sujetos más preocupados por la fachada y lo cosmético que por el carácter. Mucho de la empresa humana carece de peso y flota arrastrado por el viento.
Quizá eso explique las fluctuaciones diarias en las que aparecemos desconocidos cada mañana. Somos identidades en crisis en un viaje fragoroso. Sin muelles, solo queda navegar privados de relaciones. Estamos perdidos aun con cartografías, aplicaciones y brújulas en un mundo que no tiene sabor.
El espejo nos confunde con su reflejo. Lo fantasmal y grotesco, sin embargo, no deriva del instrumento que trasluce fiel la imagen, sino del sentimiento que provoca, la desproporción entre lo que pensamos ser y lo que somos en verdad. Nos molesta el arbitrio de la vida en el que figuramos con trazos burdos.
Somos efectivamente íconos, figuras trazadas con urgencia por nosotros mismos. Sin estética, nuestro artificio ha sido imperfecto, un boceto desalineado, inútil hasta para reír. Habría sido importante al menos ser graciosos, pero lo desabrido nos constituye con ese humor a menudo fácil.
Al carecer de peso, operamos siempre desde lo provisorio. Acometemos empresas derrotados, desanimados y sin provisiones. Damos un sí, imaginando escenarios alternos. No somos consistentes, ni fiables, sino vaporosos, evanescentes y leves. El eterno acomodaticio que ha hecho de lo dúctil su mejor cualidad.
Ser mejores requiere cambios. Subvertir el lenguaje que nos limita con su lógica implacable. Construir cimientos donde prevalezca la bondad, la ternura y el amor hacia los demás. Reconocernos como somos, sin pactar con nuestros vicios, trabajando en un proyecto de crecimiento constante. Quizá tengamos tiempo para hacer la diferencia.