Mario Alberto Carrera

marioalbertocarrera@gmail.com

Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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La peste transcurre despaciosa. Ni siquiera comienza a terminar porque no sabemos ciertamente dónde comienza su cabeza y dónde su cola. Cuando parece que deja de morder tímidamente en Occidente, vuelve a caer en picada fortísima en Shanghái con cerca de 30 millones de habitantes. Shenzhen es otra de las víctimas de numerosa población muy doliente aún. China sufre en estos momentos todo el furor de la pandemia. Allí no restaña la pestífera herida.

Lo que ocurre es que en Occidente los gobernantes se han dejado derrotar por quienes internacionalmente manejan las economías. Inconmensurables trust silentes pero efectivísimos en su poder tentacular. La pandemia no piensa en terminar ni imaginándolo. Pero sí ordenan -su imaginario final- quienes manejan el dinero del mundo y pasan o emiten el mensaje de que debemos estúpidamente “aprender a vivir con ella”. Y hartos de confinamientos y prohibiciones, estamos listos para lanzar festivamente la mascarilla al viento refrescante en señal de libertad.

Pero toda esta novedad acaso sea el anuncio de otra futura distopía generalizada -en Occidente- si la pandemia se vuelve a escapar de nuestras manos. Ninguna autoridad médica o científica ha dicho de manera axiomática que debemos aprender a vivir con la peste como si se tratara de un simple catarro. Se salvan (quienes enferman de verdad) los que tienen para pagarse la carísima terapia en hospitales privados y de lujo de aquí y de Europa. Sólo hemos escuchado de los científicos que la peste descenderá muy paulatinamente.

Es normal que la juventud esté agotada de tanto reglamento prohibitivo. Pero la verdad es que la pandemia ¡es de tal calibre infeccioso!, que no será fácil exterminarla. Y que no funcionará como anodino y sencillo ataque gripal. Las mascarillas no han llegado a su fin. Creo que aún debemos usarlas sin renegar de ellas.

En Tokio y otras ciudades se emplean como barrera contra la contaminación ambiental. Renunciar a su uso significaría mayor contagio todavía hoy. También hay que vacunar más, y aplicar la cuarta dosis a la tercera edad y personal sanitario en Guatemala.

La trágica realidad del mundo es esta: no termina (ni siquiera lo piensa) de expirar el grueso cuerpo de la peste y ya se manifiesta –en toda su magnitud penosa- la cabeza ensoberbecida de la guerra que a ratos (trepidante de fuego) asume la furia de las fauces del dragón medieval.

Estamos en el filo de la III Guerra Mundial o ya estamos disimuladamente dentro de su fragor vibrante y tremoso. Los aliados europeos y la OTAN –con su visible cabeza estadounidense- dicen buscar la paz, pero aportan millones y millones de dólares o euros y material bélico, para armar hasta los dientes a Ucrania y que tenga de manera harta cómo responder a Rusia. Biden ha declarado sin ambages que apoya deliberadamente a Ucrania para que salga victoriosa contra Rusia. Esta acción o actitud es completamente armamentista y apoya así una III Guerra Mundial. Es el “mundo libre” y “demócrata” librando una III guerra disimulada y quizá más sucia con podridos entretelones.

Se ve, es evidente, que en el fondo o de una manera simbolizada, Estados Unidos libra una guerra solapada contra Rusia. Ellos –Rusia y EE.UU.- son enemigos acérrimos que, en vez de contender directamente, lo hacen de manera indirecta que de todos modos podría convertirse -“para la paz del mundo”- en una guerra nuclear.

Ya en octubre de 1962 –con la “crisis de los misiles” e involucrando a Cuba (cuando uno de ellos era la URSS) dieron muestra de lo que podía ser una guerra entonces entre las dos más grandes potencias del mundo. Ahora las cosas llegan hasta donde han arribado acaso por el peligro de que la amistad Rusia-China se convierta en absoluto terror para la OTAN “estadounidense” -y la Unión Europea y el Reino Unido- siempre en su rol de madre patria.

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