Impactante fue la imagen publicada ayer desde Tegucigalpa en la que se ve al ex presidente Juan Orlando Hernández caminar esposado y rodeado de importantes altos mandos de las fuerzas de seguridad rumbo al avión en el que fue trasladado a Estados Unidos para enfrentar cargos relacionados con el narcotráfico y otros delitos que, según han dicho analistas con conocimiento del caso, podrían significarle hasta tres cadenas perpetuas. Lejos estaba el Presidente de imaginar su futuro cuando asumió el cargo y corrió a juramentarse como diputado del inútil Parlamento Centroamericano, emulando aquella carrera de Jimmy Morales y Jafeth Cabrera cuando sintieron pasos de animal grande.
Viendo la forma en que funcionan nuestros sistemas de justicia, donde la corrupción ha sentado reales y se ha capturado no sólo a los juzgadores sino a los entes a cargo de la investigación penal, la situación de Orlando Blanco resulta premonitoria porque nos hace ver que aunque se puedan pavonear poderosos todos los que han estado embarrados en temas como el narcotráfico y la corrupción, al dejar el cargo les puede caer la viga. El antecedente de Jimmy Morales en su almuerzo de gallina en crema con Mario Estrada y unos supuestos narcos, que eran en realidad agentes de la DEA, hizo pensar que podría caerle la viga pero por alguna razón parece haberse librado del rasero que ayer remarcó Anne Milgram, a cargo de la Drug Enforcement Administration, cuando dijo que “la extradición de hoy muestra claramente que la DEA no se detendrá ante nada para perseguir a los actores políticos más poderosos que participan en el tráfico de drogas, la violencia y la corrupción”, frase que en realidad me parece lapidaria.
Es un hecho que en sistemas políticos que tienen tan alta dependencia del financiamiento electoral, como ocurre en Guatemala donde no hay verdaderos partidos políticos sino que son instrumentos para recaudar fondos entre los financistas para disponer de recursos suficientes para entrar en competencia, el narco tiene todo un océano de probabilidades para influir y convertirse en actor de primer orden. Siempre he dicho que cuando el financiamiento proveniente de “honorables empresarios” se convierte en soborno anticipado para los políticos, obviamente se abre una enorme puerta para que también el narcotráfico entre en el juego y pueda posicionarse aún con más fuerza porque su disposición de recursos es ilimitada.
Juan Orlando Hernández llegó a ser tan poderoso que maniobró para mandar por un tubo el precepto constitucional que prohibía la reelección y se hizo reelegir como Presidente de Honduras y nada parecía obstaculizar sus ambiciones. Ni siquiera la condena de su hermano por vínculos con el narcotráfico le hizo mella y se le veía orondo en el ejercicio del poder, seguro de tener el suficiente control de la situación como para vivir tranquilo, sobre todo tras el supuesto amparo de la inmunidad que le ofrecía su calidad de diputado del inútil Parlacén que no sirve más que como parapeto para proteger a ese tipo de personajes.
Premonición es algo que anuncia o presagia y por ello es que algunos hasta hacen cabildeo en Estados Unidos buscando que Trump, protector de corruptos, regrese al poder, pensando que lo dicho por Anne Milgram quede sepultado en ese Washington que ansían.